martes, 1 de noviembre de 2011

Historia. La Batalla de las Navas de Tolosa. (2)

Entrado ya el mes de julio, los cruzados que seguian su imparable avance hacía el sur. Avistan de tal suerte Salvatierra que cómo sabemos había sido tomado por Al-Nasir y está en posesión de los moros. Cómo andaban un tanto fatigadetes deciden levantar el campamento y descansar los días siete, ocho y nueve. Los moros que ven el nutrido ejército saben que las tropas almohades no están demasiado lejos. También saben, cómo los cristianos que recibian mensajes de las avancadillas que el rubiales arabesco se había aposentado en las gargantas del Muradal esperando la acometida de Alfonso y los suyos. Tras arrasar a sangre y fuego Salvatierra, los cruzados continuaron camino hacía el sur.

En aquel tiempo, el macizo de Despeñaperros era una seríe de gargantas, tal y cómo las vemos hoy en las que cualquier posición elevada garantizaba la victoria sobre un ejército mucho más grande que pasara por debajo. Eso era sabido por los musulmanes que conocían la capacidad cómo frontera natural de la Bética. Así los moros que sabían el percal se habían subido a las peñas que bordeaban el desfiladero de la Losa. Esa garganta a través de la cual por narices debía pasar el ejército de Alfonso y Cia era algo asó cómo las Termópilas. Estrecho, aspero y con una capacidad de defensa tanoptima que quinientos hombres bastarian para dar muchos quebraderos a cualquier conjunto de tropas que decidieran acometer la empresa de pasar hacía el sur.

Lenta y pesadamente la caballería pesada, acompañada de peones y demás parafernalia llegan al paráje conocido cómo las Fresnedas. Allí levantan campamento al tiempo que López de Haro, señor de vizcaya envía avanzadillas a ver cómo está la cosa en los alrededores y a tomar el Muradal, hoy Despeñaperros. Llegan a la zona y montan un puesto de vigilancia para ver cómo se la cocina el enemigo. Desde allí avistan el castillo de Ferral, bastión adelantado de los árabes en Sierra Morena y del mismo modo aquellos vieron la avanzadilla enviada por el Señor de Vizcaya a la que, de inmediato, salieron a darle caña. La avanzadilla resisitió sabedores que, el día siguiente, doce los restantes cruzados llegarían a la meseta del Muradal. Ya viendo tanta gente los moros pusieron tierra de por medio y el día trece amaneció con el castillo del Ferral vacío porque se habían replegado los mors hacía sus tropas en avanzadilla.

La situación se tornaba tragicómica. Ambos ejércitos,rabiosos por hacer snagre del enemigo estaban separado sólo por algunos kilómetros. Los que tenía en su longitud el referido desfiladero de la Losa. Los Cristianos eran los que peor lo llevaban. Tenían que avanzar porque estaba claro que los moros no iban a pasar hacía el norte. Por otro lado, meterse hacía el sur era caer cómo moscas. para colmo el sitio donde estaban acampados era bastante desolado, no teniendo casi forraje para las caballerias. Los víveres para las tropas no iban demasiado bien tampoco. Así que reunidas las fuerzas vivas se presentó la tesitura de abandonar la avanzada y retroceder hacía la parte norte de la Bética. Tiempo habría de buscar un paso más favorable. Alfonso repudiaba esa opción porque irse para atrás era jugar con fuego y desmoralizar a la peña. Así que para delante, cómo los de Alicante. No faltó quien advirtió que quizás los moros estuvieran guardando todos los pasos factibles para un ataque. Nada, al ataque de frente y a sangre y fuego. Alfonso trató de convencerlos y al que no convenció lo ordeno, tomarían el camino hacía el sur mientras las heridas de Alarcos se abrierondolorosamente y de golpe.

Milagros de repente.

Cómo cuando Santiago Matamoros se presento en Clavijo para darle por saco a los árabes en favor de los cristianos sostiene la tradición que en Despeñaperros el milagro se repitió en forma de pastor. Parecía que la cosa iba viento en popa si no era un ardiz. A Alfonso no se lo parecía y cómo lo fuera iba a cortar en rodajas al interfecto. El pastor sostenía que conocía, lo mismo que en las Termópilas de Trescientos, un paso hacía el sur del que los árabes no tenían ni idea. Y si la tenían no habían dado muestras de conocerlo. Así López de Haro, que cómo responsable del fracaso de Alarcos iba en todas las avanzadillas a ver si así, poniéndose en peligro se congraciaba con su señor, cogió al pastor y unas cuantas tropas y tiraronpara el Oeste. Después giraron hacía el sur a traves de los parajes de Puerto del Rey y Salto del Fraile por donde pasa la actual autovía que une la meseta con Andalucía. Siguieron su camino y llegaron a una explanada generosa y con pasto suficiente conocida hoy en día cómo Mesa del Rey. Habían llegado esquivando las tropas de Al-Nasir que no tan siquiera se había percatado de que le estaban haciendo la cama a sus espaldas. Don Diego López de Haro mandó correo al Rey asegurándole que la nueva posición estaba canela y para allá que se fue el Rey con tropas, aliados y escombro añadido. Allí además, habría plena visión del ejército enemigo. Carniceros de uno y otro bando vista a vista y preparando la piedra para afilar el acero.

Al-Nasir habría mandado a aquellas alturas decapitar a todo aquel que en la Losa anduviera aún esperando a los cristianos. Se la habían jugado y gorda. La ventaja inicial se había ido al garete y con el efecto sorpresa con lo que ya sólo quedaba dar caña. No se podía permitir el lujo de que los cristianos se repusieran y decidió un ataque en masa e inmediato. Azuzó a sus generales que plantaron a los ejércitos en orden de combate tomando las posiciones estratégicas más favorables e ideales al ataque. De igual modo se empeñaron en mover la caballería ligera y arqueros Jenízaros para acobardar a los cristianos que, aún así, no mordieron el anzuelo limitándose a rechazar las escaramuzas de los moros.

Al día siguiente era domingo. Quince de Julio. Con un calor insoportable. Así que los cristianos se fueron a misa mientras los almohades llevaban en formación de combate desde el amanecer hasta el medio día. Los cristianos, sabiéndo que estaban poniendo nerviosos a los otros se dedicaron al descanso dominical y hacer cuatro escarmuzas mal contadas para tentar al enemigo. No debemos menospreciar éstos movimientos cómo menores. Ambas fuerzas se tentaban a fin de analizar la fuerza enemiga con el fin de plantear mejor batalla y desde puestos estratégicos más favorables con el fin de lograr ganar la inminente batalla.

Los preludios de la Batalla.

Cualquiera que imagine la zona y situación en cuestión sabrá que aquella noche no durmió ni el tato. Tanto en uno cómo en otro campamento, los vigías pasearian de un lado a otro mirando aquellas fogatas a unos kilómetros de distancia mientras el estrellado cielo velaba la noche del quince de julio de mil doscientos doce. No había arribado la amanecida cuando se aprestó laorden de prepararse para el combate. El crepitar de las fogatas de respeto dió paso a los sonidos metálicos de las armas que acabarian ensangrentadas antes del nuevo ocaso. Los clérigos pasaron administrando extremasunciones y los capitanes dándo las últimas órdenes. El día acometió las armas castellanas, aragonesas y navarras con un amanecer sanguinolento. Tanto cómo lo iba a ser aquella jornada decisiba en la Reconquista.

Al ponerse el sol en su sitio cómo privilegiado vigía y alumbrar el extenso campo de ajedrez sembrado de hierba y piedra, los cristianos habían formado tres cuerpos de ejército dispuestos en línea tal y cómo mandaban los cánones de la guerra. El central lo ocupaba la caballería y tropas de Castilla. Pedro II de Aragón formaba el ala izquierda haciéndo lo propio a la derecha Sancho el Fuerte. Ambas alas laterales habían reforzado los flancos con tropas aportadas por varios de los concejos castellanos. Esos cuerpos se formaban en tres largas líneas de profundidad.

El cuerpo central se disponía en combate a la orden del veterano y necesitado de restitución Don Diego López de Haro. Tras su plana se situaban los caballeros templarios a cuyo frente se encontraba el Maestre de la Orden, Gómez Ramirez. Le acompañaban los caballeros hospitalarios, los de Uclés y los de Calatrava. A retaguardia y viendo cómo se acercaba inevitablemente el punto de inflexión comenzado en Alarcos estaba Alfonso VIII de Castilla, flaqueado por el arzobispo de toledo y algunos obispos de Castilla y Aragón y casi seguro del Arzobispo de narbona que no habría regresado con los norteños a su tierra. El ejército era un compedio de todas las clases y fuerzas en predisposición de entrar en combate. Por un lado los nobles, los caballeros y los freires de las órdenes militares eran guerreros fogueados y experimentados, fraguados en el combate y acostumbrados a derramar sangre en la batalla sin perder la cabeza. A ellos se unian los peones y servidores que estaban igualmente capacitados para dar caña. Por otro se unian las troaps de los concejos, los voluntarios y los fanáticos que si, tenían voluntad pero no tenían ni idea de lo que se les venía encima. Así y viendo los estrategas que eso era un handicap, habían dispuesto a los de la segunda clase mezclados con la primera, para homogenizar la cosa y que no se vinieran abajo una vez que vieran los alfanjes enemigos en primera persona y a dos centímetros de su cara.

Por su lado los almohades presentaban tambien tres cuerpos de combate. Menos homogeneos que los castellanos habían dispuesto al frente y en el centro un nucleo de tropas ligeras de carácter profesional. El segundo cuerpo era el de la carne de cañón. Multitud de voluntarios de todo tipo y formación procedentes de todas las partes del dilatado imperio almohade. Fanáticos de todo tipo y calaña con más disposición que preparación. En retaguardia los moros habían situado las tropas puramente almohades, las últimas a sacrificar en la escabechina que se avecinaba. Tras éstas, en lo alto del cerro de los Olivares en cuya ladera se formaba el tercer cuerpo, se había situado al emblemática, carácterística y propia tienda de color rojo chillón de Al-Nasir. 

Vamos, que se veía la tienda a kilómetros de distancia. Se había situado en una suerte de fortificación que la rodeaba a base de una empalizada de troncos clavados y unidos y reforzados por cadenas. Esa fortificación, que sería propiamente las alambradas que hemos visto por ejemplo en las películas de la segunda guerra mundial en mitad del campo de batalla estaba defendida por una nutrida guardia de voluntarios armados con picas, arcos y hondas. Éstos guardianes eran los más fanáticos y esperanzados, por lo que se ve, en alcanzar a las huríes del paraiso pues se hayaban enterrados hasta las rodillas para que no pudieran huir ni aún cuando lo quisieran y atados por fuertes cadenas a los muslos. Al-Nasir por su parte, el rubiales, estaba en plan chachi, sentado a la puerta de su tienda, sobre su escudo, que no con él en predisposición de combatir,con el Corán, leyendo al pederasta del profeta e implorando la protección de Alá, que cómo veremos tenía poca cobertura aquel día de batalla decisiva.

Mas gente que la guerra.

No se sabe a ciencia cierta cuanta peña puso el huevo en aquella escabechina que supondría el quebranto y el dolor para los árabes en lo que restaba de Reconquista. Hoy en día y quitándonos de las exageradas cifras que unas y otras crónicas dan por buenas, se sabe que aproximadamente, por el lado árabe fueron entre cien y ciento concuenta mil los guerreros en liza. Los cristianos estarían en torno a la mitad, entre sesenta y ochenta mil hombres. Si nos ponemos a hacer cábalas y admitimos que las cifras menores son las correctas en el choque, habienda cuenta de la zona y de las corcunstancias, debemos de admitir que la batalla fue de las más grandes, bestiales y sangrientas de la historia de nuestra Edad Media.

Haciendo caso de los estudios, lo que los cristianos perdían a nivel de cantidad lo ganaban a nivel de calidad. A nivel defensivo, los cristianos estaban equipados, tan trillados cómo estaban en las guerras intestinas cómo contra elementos externos, con escudos, cotas de malla, yelmos de metal o cuero y muchísima mala leche. En cuanto a armameto ofensivo pues ya sabemos que tenian elementos disuasorios despiadadamente afilados cómo lanzas, espadas, hacha y cuchillos. Pesados y machaconaes martillos y mazas. Alabardas, arcos y hondas. Los almohades en su cuerda iban bastante peor preparados a la guerra, apenas con el escudo. Los peones que llevaban los moros equipaban lanzas y espadas. Algunos portaban azagallas y eran temibles en el aspecto arrojadizo, con profusión de hondas, armamento barato y con munición piedreril a cascoporro y arcos, muchísimos, con flechas y venablos para parar un tren. A bote pronto y según estimaciones del arzobispo de Narbona con dos mil acémilas no se podría haber transportado la cantidad de flechas que los árabes habían abandonado al huir, más las que habían arrojado en el transcurso de la batalla.

En cuanto a las tácticas de combate empleados por ambos bandos eran totalmente distintas pero a su vez eficaces en lo que tocaba al cien por cien. Alfonso VIII ya había tenido ocasion de lamerse las heridas en Alarcos. Había estudiado a fondo la batalla, la táctica de los árabes y, a través de los ultramontanos, las contramedidas para pararles los pies en sus cargas traidas desde las razzias de Siria y Palestina. Mientras los cristianos imponían un bloque compacto y bestial de compacta formanión basado en la caballería pesada, los árabes oponían tropas ligeras, someramente equipadas, ágiles y muy compenetradas capaces de salir pitando para todos lados desconcertando al enemigo para luego agruparse para golpear rápidamente y con contundencia los puntos débiles, retaguardia y flancos en una maniobra envolvente al que la pesada caballería era incapaz de superar. Eso ya lo había mamado Alfonso que, prudentemente había metido a las tropas no porfesionales en medio, mezcladas, apra evitar que pasara lo que diecinueve años antes en la meseta de Alarcos. Que esos mamones se dispersaran a las primeras de cambio en cuanto vieran un poco de movimiento. Además reforzó los flancos con fuerzas profesionales.

Se combatía no cómo castellanos, sino cómo cruzados. El intercambio de experiencias con los ultramontanos había hecho que se incorporaran las tácticas de Siria. Todo porque a los cristianos en Doriela les habían pulido el lomo a palos cuando se encontraron con los turcos en mil noventa y siete. Las tropas musulmanas, más agíles y móviles habían dado por saco a los cruzados. Un estratega cristiano llamado Bohemundo ideó la manera de contrarrestar ese empuje, mediante el refuerzo de los flancos con elementos naturales, apretar el culo y la formación para que las lineas no se desperdigaran y sobre todo no poner toda la carne en el asador. Puesto que los árabes atacaban a una, lo mejor era cansarlos con el cebo de la primera formación y tener una fuerza de reserva para dar por saco al enemigo en el momento necesario. Por ello Alfonso VIII se quedó en retaguardia. Había que aguantar y penetrar en la batalla en el momento ideal. De ello dependía que no se repitiera lo de Alarcos.

Musulmanes en la batalla.

Los almohades por su parte no estaban tampoco mal equipados. Cada cábila y tribu del imperio aprestaba hombres a la Yihad. Habían estado en comunidad unos con otros durante año y medio, se conocian y tenían un fin común. Por otro lado el plan de batalla era simple y efectivo, totalmente penetrante y letal. Para entremés, sus tropas ligera se meterian en faena cansando al enemigo y desorganizando a sus tropas para ponerlos en jaque. A tal fin Al-Nasir apostaría al frente lo peor de lo peor, los fanáticos voluntarios que adorarian hasta una piedra si les dices que Alá vive dentro, los bereberes camelleros, los almohades y andalusies con la cabeza más para allá que para acá tras ver la carnicería en que se convertía toda Guerra Santa y que con ella veíanun camino certero para arribar al Paraiso. Para plato fuerte, cuando los cristianos estuvieran perdiendo sus energía haciendo carne picada de toda esa porquería los hábiles arqueros de Al-Nasir se emplearían en oscurecer el sol con cientos de miles de flechas que harían su efecto sobre los infieles. Para postre los almohadesde pura cepa entrarian a cuchillo y terminarian la faena. En el hipotético caso de que sobraran suficientes cruzados para pasar las lineas de defensa y acercarse al cerro donde Al-Nasir se empollaba el corán, las defensas del palenque y los fanáticos de turno bastarían para detener la acometida.
Estos fanáticos eran caso a parte dentro del evento en que nos encontramos. No eran  cómo reescribirian los vencedores esclavos negros encadenados unos a otros a los que se les exigía combatir hasta la muerte. Puesto que defendían a su Miramamolin debían de tener cierta formación y sobre todo algo de aguante y fidelidad a la causa. Seguramente se trataba de fanáticos voluntarios, los llamados desposados (imesebelen), que se ligaban, a parte de por las cadenas, por juramentos que los obligaban, nobleza obliga, a defender hasta la muerte el Islam, cómo hoy los muiaidines, que se defenestran a fuerza de bombas. En aquella ocasión se hacían enterrar y atar para morir si preciso fuera en la defensa del rubiales. Cómo curiosidad, esos desposados son una de la institución más longeva por cuanto en la misma guerra de Argelia los franceses se las vieron y se las desearon para cargarse unos cuantos de éstos, a bayonetazos y en el año mil ochocientos cincuenta y cuatro.

En cuanto al contingente de arqueros en liza, de la tribu Agzaz, se dice que combatieron unos diez mil, lo que supondría un diez por ciento de las tropas en disposición, lo cual nos da idea de lo importante que éste tipo de tropas eran en el ejército de Al-nasir. Venían de Egipto y equipaban el ejército almohade hacía veinticinco años, cuando el padre del Miramamolin, el que le había dado caña a Alfonso en Alarcos los había incorporado a sus tropas. Eran letales y por ello se les pagaba estupendamente, basando su eficacia por los arcos especialmente potentes que usaban y su táctica de combate. Los mismos eran expertos jinetes y te podían dar más de un quebradero a galope tendido. Habrian sido un quebradero de cabeza bestial para los cruzados de Palestina. No obstante los cristianos habrían tomado las medidas oportunas en base a las experiencias del medio oriente y eso haría que finalmente la batalla se decantara en favor de Alfonso y los suyos.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Menudo relato pormenorizado haces de todo, desde las posiciones a las tropas y armas. Efectivamente parece milagro que no controlaran El Salto del Fraile, unos cuantos besugos tirando cascote desde los altos de la garganta hubieran desbaratado cualquier tropa. Los Desposados en Argelia se ataban el tobillo doblando la pierna al muslo y combatían primero hasta la ultima bala y después a daga, causando gran mortandad pegados al terreno.
Buen relato y descripción del hecho histórico.
Saluditos.

Unknown dijo...

Vivo a unos setenta kilómetros del lugar donde se forraron el lomo a palos unos con otros y he pasado muchas veces por la Carolina, donde está el monumento que ilustra el artículo. Nunca le hize demasiado caso, cómo nadie en éste país parece dedicarle el tiempo e interés que merece cada trocito de nuestra historia.

Por lo demás la Batalla de las Navasde Tolosa supuso, y supone un hito, por cuanto supuso que las tropas cristianas entraran en el valle del Guadalquivir y comenzran un empuje en su terreno a los musulmanes. Supuso que Navarra ganara su símbolo más conoscible, las cadenas. Supuso en definitiva un salto cualitativo en lo que se refiere a la Historia de España, abriendo un periodo de conquista que prepararía otro mucho más extendo, pero por supuesto no más importante, doscientos ochenta años despues, la de la América Española.

Memoria residual dijo...

Sigue siendo tan grande como el primero. ¿ Seras capaz de mantener el nivel en el momento de relatar la batalla en si? Yo sinceramente creó que lo conseguirás, y estaré aquí para leerlo.
Una saludo y nos seguimos leyendo.

Darle Caña a ésto: