sábado, 22 de octubre de 2011

Velando a España.

Al hilo de las últimas informaciones en que el Estado se ha rendido creyéndose la milonga de la eta y sabiendo que van a ser muchísimas concesiones y más humillaciones a las vícitmas quiero compartir unos pensamientos que me duelen con fuerza enel alma. Hoy me ha resultado patético ver en la televisión a un RuGalcalva y un López llorando lágrimas de cocodrilos por los muertos de su partido mientras éstos días han estado, vía Eguinguren, en estrecha colaboración y contacto con los proetarras. La eta debe saber que no todo el mundo se ha tragado su porquería y que seguimos antentos a la evolución de nuestros entrañables encapuchados mentirosos y asesinos.

Un día para recordar.

El Jueves Santo de dos mil nueve estuve en Madrid. Queda algo lejos, pero ya habíamos entrado en esa segunda legislatura que padecemos y que ha cambiado el país. Está algo lejano pero quiero compartir ésta reflexión ya que me golpea una y mil veces al cabo del día.  Una sensación que me rebeló lo poco que somos frente a la grandeza del soporte nacional en que habitamos. Nunca jamás podré olvidar esa tarde de Semana Santa pues, aunque estuve destinado durante tres años en la Capital de España nunca, y mira que pasé veces por la famosa plaza de Cibeles, tuve la sensación que tuve aquella tarde memorable. Una sensación que me llevó a la reflexión y que se me grabó en la memoria a fuego. Tanto que no la he podido ni quiero olvidar desde entonces.Tal fue la conjunción de factores que se dieron cita que la sensación se quedó grabada a fuego en mi tuétano.

El caso es que no estaba allí por gusto. Creo que esas situaciones se dan precisamente cuando no se buscan.  Había acudido al funeral de un familiar de mi esposa y cómo no conocía a demasiada gente y el ambiente estaba muy saturado, decidí irme a dar una vuelta por el centro. Un paseo largo, pues fui andando desde el tanatoriao de la m-30 hasta el centro. Lo hice para despejarme y para ver las procesiones de Nuestro Padre Jesús "El Pobre" en la parroquia de San Pedro y la salida del Gran Poder y la Macarena de Madrid en la Colegiata de San Isidro. Recuerdo que después decidí volver al tanatorio de la M-30 andando. La carencia de ejercicio me hizo pensar que era una buena opción. Fue en ese camino de vuelta cuando al pasar por Cibeles me quede parado y pensativo.

El Ocaso del país.

La tarde era indescriptible. De una plácida templanza. Una tarde primaveral a la hora del ocaso. El sol debía estar próximo a ponerse. Es dificil saberlo en el maremágnum de edificios capitolinos. Lo supuse por la increible tonalidad de las nubes, hechas jirones que surcaban el cielo de oeste a este. Un color rojo sangre que impregnaba los cumulonimbos que silenciosos se desplazaban sobre la bulliciosa urbe.De repente algo quedó clavado en mi interior.  Me quedé parado. Cibeles era para mi un lugar conocido. Estuve tres años destinado en la Guardia Real y había pasado infinidad de veces por allí. Aquel día me pareció muy especial. Algo me hacía quedarme allí. Observando. En silencio.

La plaza comparte su generoso y neurálgico espacio con el Edificio de Comunicaciones, antigua sede de Correos y que ahora es la actual sede del consistorio madrileño en su esquina sudoriental. La esquina sudoccidental la ocupa la impresionante mole del Banco de España, edificio de bellísima factura decimonónica. La esquina noroccidental la ocupa el Palacio de Buena Vista, sede del Cuartel General del Ejército de Tierra. La Esquina nororiental está ocupada por el famoso Palacio de los Marqueses de Linares. Los cuatro edificios compartian algo junto con uno que está algo más lejos pero cuya torre, cual vigía sobre los plátanos de Indias del incipiente Paseo del Prado, me recordaba que tambien estaba allí, reclamando mi atención. Los cinco edificios compartian un Bellísimo Paño impregnado de Sangre y Oro que comenzó a ondear cuando yo llegué a aquel punto.

La enseña nacional pendía de los cinco edificios con elegancia, volteada por el viento. Un viento que, sin ser agresivo, era suficiente para hacerla valer de derecha a izquierda, mostrando las armas de España en todo su esplendor. Con inusitada vida, moviéndose cómo si me saludaran. Yo, maravillado por esa estampa que se habría repetido miles de veces pero a la que no había prestado nunca atención miraba de uno a otro edificio y me parecía el lugar más importante de la Tierra. Mi bandera me llamaba y pedía mi atención. Pero la que más me llamó y en la que estuve un largo momento ensimismado fue la que se alzaba sobre aquella torre. A media asta, cómo imponía el día, en recuerdo por los caidos por España. La Bandera del Cuartel General de la Armada flameaba señorial sobre su asta con el inigualable fondo del ocaso madrileño.

España, España, todo por España.

Sentí vergüenza propia por ser Infante de Marina y no haber nunca disfrutado cómo lo hice aquella tarde del oro del imperio y la sangre de mis compatriotas caidos. Esa bandera que estamos hartos de ver y que aquel atardecer me llegó al alma. Ese paño que tantas veces, con dejadez e incluso desidia había visto en mi acuartelamiento. Esa bandera que durante tantísimas veces había ayudado a izar con el sonido de mi corneta. Sentí un peso agobiate. El de la Historia que me pedía este pequeño tributo a nuestro primoroso y regio Paño que nos ampara sin pedirnos a cambio más que el respeto y la defensa de los valores que encarna. Un paño tan denostado hoy en día, tan manchado por la desisia y la infamia. Tan pisoteado y a la vez tan modesto y tan digno.

Aquella tarde me sentí pequeño y decidí encaminar mis pasos hacia la Plaza de la Lealtad. Ese sitio casi desconocido e injustamente escondido a los ojos de los españoles de bien. Y es cierto que si no vas muy pendiente no la ves. Al lado de la Bolsa de Madrid se alza, entre árboles tupidos y centenarios un pináculo con una llama eterna que casi nadie visita. Una llama que simboliza el sacrificio de los paisanos que, sin más armas que sus manos, ni maá patria que España se levantaron contra el opresor Francés en 1808 y que, con el paso del tiempo se convirtió en el monumento funerario a nuestros soldados. Allí recé una oración y me marché con el ánimo encogido y la mente grabada con una bandera a media asta que, cómo madre amorosa, vela el recuerdo de sus hijos. Vivos y Muertos. A la que ahora, en justa contraprestación cada uno de nosotros debemos de valer, velar y apoyar.
 
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

CS Te diste un paseo gigante, buenas piernas tienes que tener.
Veras yo fui cabo y me toco muchas, pero que muchas veces izar y arriar la bandera. Siempre que el turuta (¿Tú fuiste turuta?)empezaba a tocar, mientras que despacio bajaba la bandera, la doblaba con cuidado y la depositaba en la bandeja de plata que sostenía un artillero y luego me la entregaba, para con paso lento y marcial llevarla al cuerpo de guardia, sentía algo muy especial, primero un nudo en la garganta y luego una sensación que dicen de mariposas en el estomago. Cuando por fin entregaba la bandera en el cuerpo de guardia, te parecerá una gilipollez, pero me sentía orgulloso. Un chaval de barrio como yo, me parecia la ostia y eso que yo entonces no era ningún patriota. Así que te entiendo perfectamente.
Saluditos.

Unknown dijo...

Pues sí, fui tambor y corneta de la banda de guerra de la Guardia Real. En principio estuve destinado en la compañia Mar Oceáno (Infantería de Marina) del grupo de honores, pero una carambola del destino hizo que yo, redoblante de una banda de cornetas y tambores de semana santa terminara tocando la corneta en el cuartel.

Yo por tanto he tenido en gradísimo privilegio, y lo digo de corazón pues es un orgullo monumental, de izar, arriar y tocar oración en el cuerpo de guardia del Palacio de la Zarzuela, residencia, cómo todos sabemos del Rey. Del mismo modo, cómo tambor estuve integrado en dos piquetes de guardia.

Uno, el de guardia de gala, era el encargado de montar los servicios exteriores de las Cenas de Gala, Audiencias, entrega de Credenciales y en general de cualquier acto oficial en el Palacio Real.

Dos, el de Alabarderos, con el que montabamos la Escalera Real y el Zaguanete por donde suben los invitados a las recepcciones reales.

En todos éstos actos estaba siempre el sempiterno escudo de España, en todas sus versiones y formas y eso crea carácter. Sobre todo cuando tienes amistad en Patrimonio Nacional y protocolo. Ya lo contaré en un artículo.

Un saludazo.

Anónimo dijo...

La Plaza de la lealtad... Curioso nuestra nación que da nombres rimbombantes a plazas para desdecirse en las urnas, el parlamento y la calle...

Darle Caña a ésto: