Erase una vez un lobo, de esos que hay ahora, nada de lobos descuidados peludos y sucios. Nuestro lobo tenía su aquel, era empresario, tenía un negocio relacionado con la salud y había pulido en oro sus colmillos de lo bien que sabía hacer sus negocios. Claro, que en el país en que vivía nuestro lobo y que no es otro de España, en su zona más húmeda y atléntica, los negocios no surgen de la nada. Hay que cuidarlos, mimarlos y si se puede, untar a unos cuantos cerdos con mano para que, con un poco de yesca de curso legal faciliten cosas cómo permisos y voluntades.
Así que nuestro lobo habló con tres cerdakos a los que propuso pues nada, un eurillo por aquí, otro por allá, todo a cambio de esos permisos y prebendas que hacen grandes a nuestra clase politcastra. Cada uno de nuestros cerdakos tenía una relación estrecha con una vertiente politicastra de la región delas nieblas y los bosques. Parece paradójico, pero el dinero hace extraños compañeros de cama. En nuestro caso esos tres cerdakos, que para nada eran hermanos, ni coleguitas, ni siquieran se daban la mano en ninguna otra cosa que no sea la indecente ostentación de poder público, se unieron en un contubernio organizado sabiamente por nuestro lobo, no mucho menos cabroncete pero al menos no tan cerdako cómo los que, con el erario público y su poder, se dedican a engordarse el bolsillo a costa del contribuyente.
Todo iba viento en popa toda vela, hasta que un juez, mal amigo de los turbios negocios a los que estaba acostumbrado nuestro lobo y sus conjénegeres, metió la nariz. Y he aquí que toda la truculencia se destapó, se revento el globo y la porquería y el excremento se expandió allende los mares hasta que se llegó al punto candente de la situación. El momento de desvelar quienes eran los tres cerdakos que habían permitido y apoyado al lobo en sus turbios negocios cuajados de irregularidades. El lobo, acostumbrado a ser escurridizo y astuto, viéndose cogido y sin más salida de confesar decidió que no pagaría el sólo y, cómo suele suceder, en ésta ocasión cómo en tantas otras de otros asuntos y lobos, tiró de la manta.
Asi el juez, o jueza, que vaya usted a saber, supo de primera garra que el lobo había hecho tratos con tres cerdakos. A saber del lobo uno era un componente de un partido politicastríco conservador. El muy cerdako se había dedicado a preparar el camino. Otro pertenecía a un politicástrico partido que decía ser más partido que nadie, que se arrogaba el derecho a reclamar la independencia de su territorio del resto del país en nombre de unos mínimos votantes y que cumplía sus cuotas de poder dando manga larga a las irregularidades que podemos suponer. El último y más askeroso de los cerdakos era un miembro activo de un lejano país. Era más askeroso que los demás porque había enviado o otro cerdete, familiar suyo a realizar la gestión, había ido a reunirse con el lobo encoche oficial y encima con la chulería de los cerdakos, amenazaba con denunciar por cohecho al juez o jueza.
Así, la ventolera de declaraciones del lobo comenzó a llevarse por delante a los cerdakos que, viéndose cogidos por las gonadillas, no tuvieron otro remedio que irse al aire. El primero, que tenía la jeta de paja fue el primero que, ante la ventolera judicial se bajó los pantalones para que la imputación le diera, sin lubricante y con fuerza por donde amargan los pepinos. El lobo era de cuidado y seguía soltando. El cerdako conservador se había salido ya del juego y había que seguir rebañando mierda. Así, la ventolera judicial se derramó por el segundo cerdako. Éste tenía la jeta de madera y aguanto algo más. Un día más en concreto, pero al final, la estructura no resistió y terminó hundiéndose de igual modo renunciando a su cargo. El lobo iba cumpliendo y soltando lastre pero llegó a un punto en que la ventolera judicial se quedo floja. El tercer cerdako tenía la jeta no ya de ladrillo, que se había hundido con la burbuja inmobiliaria sino con restos de la construcción de las carreteras a cuyo ramo estaba dedicado. Su jeta era de hormigon armado y recibía una ventolera que nada podía hacerle, pues demostraba con creces su hipocresía siendo un corrupto mientras despotricaba de otros cerdakos que ni tan siquiera se sabia si lo eran o no.
Hasta aquí el cuento de los Tres Cerdakos, próximo desenlace en su cadena destripaterrones o medio periodístico tendencioso de costumbre.
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2 comentarios:
Huy, CS...
Me parece que este cuento no te lo van a publicar.
No es muy politicamente correcto, que digamos... además, los chavales se quedarían alucinando ante esos tres cerditos que, más que animales, parecen insectos (de los que chupan, claro).
Un saludo.
Buenas garrapatas sin duda. Lo que me molesta no es ya que se dediquen al noble arte del latrocinio sino que lo nieguen tan categóricamente cuando la presunción de inocencia se ha convertido en algo inválido para la mayoría de nuestros politicastros.
Deberían aprender del Dioni, el friki marginal que se convirtió en un referente de la España de la pandereta y la picaresca. El politicastro roba, eso es un mantra inequívoco en nuestro país. Ya lo dijo el Señor, es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que un politicastro en el Cielo, o algo así.
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