lunes, 6 de junio de 2011

Reflexiones. Sexto de Junio.

Seguro que más de uno y más de dos, viendo que en mi anterior singladura lo deje al mes y pico de empezar. Ya en su día quise tomarme unos días de descanso y al final fue casi año y medio lo que de sabático me tomé. No amigos, no he cejado en mi empeño de darle a las teclas, simplemente y cómo ya he ido comentando, las comuniones me absorven los fines de semana y el trabajo entre calenda. Así, mis buenos treinta y cinco días a piñón sin descansar nada más que lo que la noche da en medio de dos jornadas de trabajo. No me estoy excusando, pues mi buen y necesario dinerito me estoy ganando, sólo estoy justificando éstos dos días sin aparecer por este mi, vuestro blog.

No obstante no ha sido en vano pues, por un lado se vislumbra el principio del fin, al menos lo de trabajar los domingos. Por otro lado éste fin de semana a parte de protestar mucho, pasarlo mal, ver que la desvergüenza no tiene límite cómo ya dije en otro post, hedescubierto que la pedantería y la vanidad se puede demostrar en un hecho en el que precisamente se debe de primar lo contrario. La confirmación del espíritú cristiano mediante la consumación de la eucaristía cómo primera toma del cuerpo de Dios. La primera comunión ya no es lo que era. De ese momento que en nuestra infancia y aún en la de nuestros mayores se nos acogía con alegría en el seno de una Iglesia que hasta el momento nos había tenido en una especie de fase de "opositores a la plaza de cristiano". Una oposición que duraba desde el bautismo y que nos incorporaba a la nómina de súbditos oficiales en Cristo, pues según los curas, para entrar en el Reino de los Cielos, antes hay que pasar por el cepillo.

Hoy eso ha quedado desfasaete. Hoy en día, la apostasía está a la orden del día y la primera comunión suele ser la última en multitud de casos. Pero aún así no deja de ser una gran celebración en que, paganizando el rito cristiano los neneas y nenas son príncipes y princesas de una parte de la compleja maquinaria católica que ni comprenden ni les interesa. Dentro de que una boda civil es cada vez más común dando de lado el rito católico, la comunión es algo que se mantiene, confuerza añadiría, habienda cuenta de que un niño que no la hace queda condenado al ostracismo y sus padres por el bendito "que diran". No seré yo quien ponga ésto en ningún tipo de duda, que seguro que todos y todas haremos lo mismo en su día. Lo que si deseo criticar y de hecho lo voy a hacer es la pedantería y vanidad que citaba antes. El ser más que nadie, el hipotecarse en una cosa tan nímia que está destinada a desaparecer por la misma evolución laica de la sociedad.

Lo que yo ví ayer y ésta vez sí que lamento no haber tenido batería en el móvil, es la complenta adoración y exaltación de la vanidad más enorme. Además no era sólo un complejo porceso de deificación, ya no sé si hacía el sujeto que hacía la comunión o simplemente hacía la capacidad, discutible,  economica de sus progenitores. En todo caso y para no herir sensibilidades y poner una diana en ellos sólo dire que la cosa se desmadró cuando el exceso de rosa sobresalió por encima del blanco de la vestimenta que, significando pureza deben vestir los infantes a la hora de tomar el Corpus Christi. Rosa y mucha decoración. Un barroquismo excesivo para una comunión y por supuesto mucha (y muy cara) comida. Bueno, pensándolo mejor, no hubo mucha más que en una comunión normal, pero sí mucho más refinada, sobre todo por los percebes y el lechón al horno.

En mi ignorancia creí a pie juntillas que todo obedecía a una debacle organizada por los padres para acometer un rito de exaltación de su hija. El dineral que la blanquifucsia comunión debió costar, entre decoración, asistencia, papeo y barra libre para ochenta comensales debió superar con creces todo loq ue yo me gasté en miboda y posterior viaje de novios. Mi ignorancia me decía que aquello era una excesiva muestra de nuevo rico, mi experiencia y posterior confirmación de que eran unos cuantos Juan Lanas del pueblo me decepcionó. Ni grandes ricos ni gente de raigambre. Simplemente gente que, queriendo dárselas de potentados, quedaron sólo de ridículos pedantes y por ende, cutres.


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