jueves, 22 de noviembre de 2012

Marinos de España. Luis de Córdova y Córdova (2)

Wikipedia.org. Buque insignia de De Cordóva.
Así, andando España aliada con Francia por los pactos de Familia, encontramos a Luis de Córdova embarcado en el ya mencionado Santísima Trinidad el cual portaba su insignia, a la sazón el navío de línea más grande del mundo en esa época. Se uniría así a Orvilliers y su escuadra cuando en mil setecientos setenta y nueve, le fue declarada la guerra a Inglaterra. La combinada hispano-francesa entraría así cómo un elefante en una cacharrería en el Canal de la Mancha. Contaba la flota sesenta y ocho navíos y portaban la orden de efectuar una invasión de las Islas Británicas en toda regla aprovechando el verano de ese mismo año setenta y nueve. Así fue cómo los buques ingleses, independientemente de su uso mercante o militar, se refugiaron en sus puertos, cortando toda comunicación con el resto del Imperio y causando de tal modo el colapso del comerco y la economía británica, siendo además apresado el navío de línea inglés Ardent, portando setenta y cuatro cañones y habiéndose quedado rezagado.

De Córdova, amigo personal del Rey Francés.

Sería al cabo tan meritoria ésta campaña, aún cuando no se llegó a avanzar posiciones contra Inglaterra, que el mismo Luis XVI de Francia, a unos añitos de perder la cabeza, le regaló una caja de oro ricamente guarnecida de brillantes con la dedicatoria "Luis a Luis", certificando así la admiración que el monarca al norte de los Pirineos mostraba por el marino español. Al sur, le fue concedida la Gran Cruz de Carlos III que, por aquellos años era, en el terruño patrio, la más valiosa distinción. Y eso que Inglaterra siguió donde estaba sin que españoles y franceses pusieran el píe en ella, no por potencia militar sino por diferencias de opinión entre el bandarra jefe gabacho y De Córdova. El primero quería primero arrasar con toda la flota británica y después desembarcar sin el peligro de tener una Quinta Columna naval a retaguardia. El segundo estimaba que lo mejor era no perder el tiempo en zarandajas y liarse a soltar infantes en las playas de la Pérfida Albión antes de que la flota enemiga se recomponiera, tan inmersa cómo estaba en aquel momento en la más profunda de las confusiones.

Al final, cómo siempre en la historia donde un español ha hecho una aseveración, los de aquí tuvimos la razón y con más que nadie, de Córdova. Con unas pocas acciones a lo tonto, los ingleses comenzaron a recuperar la iniciativa y cuando menos quisieron acordar, la flota británica estaba ostigando a la combinada que, no contentos con tener que hacer frente a una epidemia de tifus, el incipiente escorbuto causa de estar tantísimo embarcados y las más que normales tormentas en aquellas latitudes, se las vieron y se las desearon para conseguir regresar a Brest en una acción que, recordemos, de no ser por el inútil de Orvelliers, habría supuesto una incursión armada de miles de españoles voraces que, quizás no habrían arrodillado a una incipiente Inglaterra en pleno desarrollo imperial, pero si habría supuesto una cabeza de puente de considerable importancia con el objetivo de negociar una devolución inmediata e incondicional de Gibraltar. Así las cosas, tablas y mucho cabreo de los ingleses que nos la guardarían hasta Trafalgar.

El Francés, el más tonto.

Y es que cuando se juega con el equipo perdedor, pues los gabachos no han hecho nada de provecho en todo lo que han durado de Imperio, termina levantándose irremediablemente mojados. para muestra, un botón. El general de los franceses, el conde de Guichen estaba siempre admirado, más bien plenamente sorprendido de que De Córdoba tomara siempre múltiples preocupaciones de mal tiempo cuando la cosa andaba en calma y no había atisbos aún de que fuera a cambiar y que mandara a posteriori suspenderlas cuando aún andaba cayendo la de Dios es Cristo. Así las cosas y con esa prepotencia tan gabacha, el almirante francés le preguntó a Mazarredo, almirante de la Real Armada de donde y por qué de tanta previsión a lo que el mayor general, pues tan alto grado ostentaba el militar al serle cuestionada la duda, le mostró los barómetros marinos desarrollados por y para la Armada y que todos los buques españoles, por ordenanza, estaban equipando aún cuando los buques de otras armadas contemporáneas estaban aún a años luz de esos adelantos.

Ya estaba en aquellos tiempos mayorcete de Córdova que, a la sazón, contaba ya setenta y tres años a las espaldas, dando que opinar a los gabachotes que, si bien en otros tiempos había sido un muy buen oficial, cosa que ellos ni en otros ni en esos tiempos, tal y cómo se demostró en todas las acciones en las que llevaban la voz cantante, ya era viejo, estaba trilladete y además, con frecuencia, se le iba la pinza cosa mala. Por contra, los aristócratas afrancesados recibieron un jarro de agua fría cuando el mismísimo Floridablanca, Secretario de Estado que era en el momento de conceder esos cinco billoncetes de dólares que nos deben los estadounidenses, declaró, en carta a Aranda, embajador en Francia, fechada el veintisiete de noviembre de mil setecientos setenta y nueve que sí, que vale, que De Córdova está viejo, pero lo que tiene de viejo lo tiene de entrega y de sufrimiento y que los señoritos de Brest, en la época el principal puerto militar francés en el Atlántico, no le llegaban ni a la puntilla de las calzas, no pudiendo adelantar, mejorar o ratificar ninguno de sus planes de acción a pesar de lo trilladete que aseguraban los gabachuás que andaba.

Director General de la Real Armada Española.

Por los servicios cumplidos y creo yo que por tocarle la moral a los franceses, De Córdova ascendería el siete de febrero de mil setecientos ochenta al cargo de Director General de la Real Armada Española. para demostrar sus capacidades, con la misma combinada hispano-gabacha, sólo que con mando Español, demostró el Viejo cómo se debían de hacer las cosas. Metióse con todo en el cabo de Santa María y el nueve de agosto del ochenta, con clarísimos informes del servicio de inteligencia, interceptó cincuenta y cinco buques de transporte, en un hecho que narro en La Batalla del Cabo de Santa María de 1780. De hecho dicen las crónicas que el apresamiento fue tan a lo bestia que la misma dársena del Puerto de Cádiz se quedó pequeña, dandose un festin de vítores y teniendo ello una enorme repercusión en la prensa nacional e internacional y una enorme elevación de la moral en un país que en menos de cuarenta años vería reducido su potencial naval y colonial a una exigua parte de lo que por entonces era.

Fuentes:

Wikipedia.org.

Todoababor.com

González de Canales, Fernando. ^Catalogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000. Pp. 178-179.

Martínez-Valverde y Martínez, Carlos. Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957.

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2 comentarios:

El último de Filipinas dijo...

De todas maneras nunca hemos tenido suerte con las probables alianzas con los vecinos que nos han tocado. Se nos ha dado mejor darnos de garrotazos con ellos.
Tan sólo falta que algún día hagamos una alianza militar con Andorra.

Unknown dijo...

El Último, España siempre ha ido bien cuando su camino lo ha surcado en solitario. De ahí que nuestra adhesión a la Unión Europea tenga más sombras que luces y que no seamos capaces de remontar para volver a ser, siquiera, parte de lo que fuimos.

Darle Caña a ésto: