Caminando por la carretera que nos lleva desde Jaén a Granada encontraremos, sobre un cerro, cómo antiguo vigía a la Guardia de Jaen. Ciudad de impresionante historia que ha visto pasar el devenir de los tiempos encerrada entre sus murallas, volcada sobre el tajo que, pasando entre su peña y la del cercano Pegalajar conducia del Imperio a la Subbética primero y desde la Ancha Castilla hasta la populosa Granada a la cual guarnecía desde su alta atalaya ésta población que, pareciendo modesta desde la actual visión que de ella podamos obtener, fue plaza fuerte, abastecida cómo defensa primordial del empuje sobre el Reino Nazarí del vecino y cristianizado Jaén.
Antiguo pretíl por el que las culturas romanas, árabes y cristianas fueron dejando su impronta, sus costumbres y restos y sin rubor puede afirmarse que hay tantos pedazos de civilización en su suelo cómo granos de arena en una playa. Fortaleza inexpugnable que cumplió siempre su cometido ya fuera cómo defensa de Granada o avanzada de Castilla, cómo punto fuerte de Roma o cómo simple pueblo agrícola en el inicio de los tajos que cortando la impresionante subbetica nos llevan hacia la Vega de la antigua ciudad de Boabdil que, de seguro aún mira en lontanaza hacía el norte recordando los innumerables servicios de armas que la población le prestó sin cesar y sin desfallecer del enemigo cristiano.
Una población que se derrama desde su castillo e iglesia por un cerro que ha visto tantas batallas cómo recodar pudiera la mente del más avezado. Pueblo de gentes tan acojedoras y amables cómo inclinadas son las cuestas que las circundan, cómobuena ciudad andalusí. Medina volcada en la intimidad de la casa que emana, andaluza cómo buena heredera de la antaño modélica, sencilla y fresca casa andalusí. Casa que bordeaba mínimas calles que bajaban desde el punto defensivo a las zonas agrarias. Ciudad pertrechada para resistir al infiel o al cristiano según se terciara que cuenta entre sus innumerables horas de existencia tantas historias cómo pobladores tuviera.
Nos detendremos en la Plaza que llaman de Isabel II, paso obligado del antiguo camino de Jaén a la Capital nazarí de Granada. Haciendo parada inevitable ante la fresca agua que mana de sus caños de bronce, existentes desde mucho tiempo antes que el nombre de Isabel II la rebautizara durante el XIX. Majestuosa fuente del renacimiento con cinco enormes caños de los que, se supone, sólo uno mana agua potable y con los cuatro restantes, surte de agua a una alberca que se hunde ante ella. Alberca que, durante tiempo y en razón al caracter agrario del pueblo, apaciguo la sed de las bestias, otrora máquinas con vida que facilitaban las labores del campo en una población que, desde tiempos inmemoriales y debido a su caracter militar, debió de contar, primordialmente, con el autosuministro y la autarquia. Nunca habría suficiente grano ni carne cuando el sitio de la población se extendiera por días, semanas o meses.
Plaza en la que, a ambos lados del Camino, se yerguen monumentales, ambas dos fuentes de distinta talla y procediencia, siendo la mas monumental la del nombre homónimo, alzada en el siglo XVI. De su patrocinio deja constancia el agregado y en mi opinión desafortunado, conjunto de piedra que sobre el lienzo en que manan sus cinco caños se alza interperrito mostrádonos con orgullo el nombre de la Reina a la que dedicóse el imprescidible conjunto, tras el cual un breve parque nos ofrece asiento y refresco entre sus arboles y matas, cómo un pequeño paraiso andalusí tan vinculado y oculto cómo los patios en que los moros, antes de ser expulsados, sus tesoros ocultaran.
Al otro lado del ,camino mas escueta y sencilla en una pequeña plazoleta cercada encontraremos otra fuente, llamada de la Magdalena. Una fuente monumental no tan grande cómo su hermana pero si mucho más ornamentada, trabajada y primorosamente labrada para dar la rica impresión de cual preciada es el agua que de sus chorros manan, cayenso por sus bordes cómo azulada cortina que sus bendiciones entregara a quien sediento demandara. Fuente de piedra que sin embargo, cual barroca composición argumenta de falta de originalidad, pues es copia de otra, cual si en esta podemos ver la belleza en la piedra en la otra encontraremos la simpar devota que en su día encargaran para el claustro de un convento. Claustro bendito con florestas y canalillos en la que la original tornara a refrescar, calmado con su repicar, los remiendos de los jirones del alma del famélico fraile en contemplativa meditación.
El original, del que bebe ésta escueta y hermosa fontana, se encuentra en el patio central de la Excelentísima Diputación Provincial de Jaén. Palacio hermoso del que hablaré en otra ocasión que dormita sobre su mole inmensa a las espaldas de la hermosa Catedral de la Asunción. Enorme inmueble que se llama de San Francisco en honor al santo al que se devocionara cómo patrón del convento que fuera antaño dicho monumento. Así cómo tal, su patio, hoy lugar de paso, fuera antaño claustro donde los monjes pasearan de manera contemplativa al amparo de una fuente, que cómo inmensa entrega votiva, ostentara en su cúspide y cómo no fuera de otra forma, una ostentórea y a la vez sencilla, réplica de la silla. De la silla santa que sostuviera, cómo no fuera de otra forma, a la santísima virgen. Que más pudiera no ser ella y por ello ser llamada de la Magdalena, a la que de verdad sostuviera la silla de la fuente.
Fuente tallada por la piedad, pues ésta se necesita para obras de tal magnificiencia crear para al hombre poder donar cómo el cielo dona a las montañas la necesaria agua que, por las grietas de la tierra y por la canalizacion del hombre nos llega no sólo por caños, por pitorros o fontanillas, sino a través de la monumental ingeniería que de éstas obras pétreas que sin embargo de vida se encuentran henchidas, nos regalan la vida en forma de continuas lagrimillas. Dan agua al sediento, belleza al romántico, afecto al deshauciado y centro al perdido. Son enormes puntos en que el encuentro se recierne, donde el hombre viejo, con otros se da la mano en el centro del poblado. La guardia de Jaén con orgullo exhibe ambas fuentes, que recomiendo su visita por lo pintoresco de lo encontrado, situado cómo anduvieran, las columnas de Hércules, vigilando el paso antaño reforzado.
Pues es ésta fuente réplica, cómo ya se ha acentuado, de la fuente original que, hayándose en el Conveto de los Dominicos en Jaén, con el tiempo fue derivada e instalada en el Palacio de San Francisco. Dos vigías que dan placer a La Guardia, cómo vigias inalterables de un vetusto camino que, desde la planicie Castellana llegara, a traves de roquesos, peñas, cortados y grietas hacía la más bella de las ciudades de Al-Andalus. Granada la sin par, en cuya ciudad la mayor desgracia es ser ciego y no poder admirar en su explendor tan ostentosa ciudad. Lo mismo asevero sin llegarme a equivocar de ambas dos fuentes, de petreo remolonear. Fuentes que sabiendose amadas por el tiempo que no ceja en su acometida, se levantan cautivas de aquel que las devora con su envidiosa mirada. Conducciones de agua tiempo ha obsoletas que sin embargo acometen el paso de los siglos con renovado esfuerzo de sostenimiento petreo. No fuera el ser humano que en su peregrinar entre ambas el camino a encotrar no acierta y de su alma manara, más que agua el total acierto de ser, cómo mandan los mantras fuerte de alma cómo piedra y mas sutil cómo el agua. No deseo más que puedan ver cómo ambas piedras por el amor talladas no dan sino acierto a tal zona de Sierra Mágina, siendo así sutil conjunto de oriental magia que, sin tener nada de arábigas el alma cómo bálsamo calman, Aceleran el puso con su repicar de aguas, sin par calmadas que al romper en la piedra rememoran al alza la magnificiencia de un tiempo que ya lejano pasa mientras en lo alto de la peña sobre la que la Guardia descansa, se sigue irguiendo señorial la antigua alcazaba, motivo de la existencia, de tan risueña plaza a las que ambas plazas el agua regalaban.
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