lunes, 5 de septiembre de 2011

Quinto de Septiembre.

Lo bueno que tiene que lleves un blog, más si es del calibre de CSPeinado, es que la reflexión y la opinión está a la orden del día. En éste artículo no quiero desgranar nada de la actualidad política o social, o referirme a ningún hecho histórico relacionado con España. En éste artículo y en todos los que bautizo con la fecha en curso, estimod e justicia que, a parte de ocuparme de los hechos ajenos, me emplee un poco en explayarme con lo mio. Llamemósle desahogo o tan sólo llamemósle se me pasa ésto por la cabeza y quiero compartirlo con los que acudís al CSPeinadismo.

No es depresión, ya que suelo tener asumido que al final de las vacaciones, obligatoriamente y, al menos, hasta que gane un pastizal con cualquier otra actividad que no sea fichar a las ocho de la mañana, hay que volver al trabajo. Cambiamos las jornadas de perreo eterno desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, el solecito, la piscina, las terrazas y elbronceador por el traje de trabajo, los madrugones,la rutina y sobre todo por los deseos de arribar, con buen viento a unas nuevas vacaciones. Y aquí está el quid de la cuestión. Hoy en día el afortunado es el que, sin mirar sueldo, condiciones o jornada, trabaja y, no hay que olvidarlo eso es un bien que escasea y que de momento nos mantiene, estables dentro de la gravedad, en una tasa del 20% de la población activa sin empleo.

No queda demasiado lejos el tiempo en que el pleno empleo se podía acariciar con las manos. En aquella época recuerdo (lo digo cómo si hubiere ocurrido hace siglos y lo cierto es que sólo median unos años de aquello) que se podía renunciar libremente a tu puesto de trabajo para optar a otro en la empresa de al lado. Cómo suena. Un día te levantabas con los cables cruzados, le mentabas la madre al encargado y al día siguiente andabas trabajando cien metros más allá. Una curiosidad que todos hemos vivido y que dejaba la tasa de perroflautas (gente que no trabajaba ni pensaba hacerlo) en torno a un ocho por ciento de la población. 

Aquello estuvo muy bien sino fuera porque se tejió sobre nube. Ya se sabe que un mal viento las dispersa y hace desaparecer dejando un día esplendido. Aquí fue al revés. la nube inmobiliaria se dispersó por los vientos del huracán crediticio y detrás no había cielo, ni pared, ni nada. Sólo se esfumaron llevándose con ellos una parte vital del tejido empresarial español. Y de eso hace ya cuatro años. Toda una vida en la que el paro, la desesperación y la ruina nos han dado una nueva visión de nuestro país y nuestro modo de pajear. Lo único que espero es que se siga manteniendo estable dentro de la gravedad y no haya que llamar al capellán de urgencia.

Feliz regreso de vacaciones a quien no las tenga indefinidas.

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