martes, 4 de diciembre de 2012

Relato. Eternamente esperando.

Foto CSPeinado. Siempre a la espera...
Cuando la tarde cae, con esas nubes preñadas de lluvia que apenas dejan entrever unos rayos del decadente y cansado sol, no puedo dejar de pensar en esa eterna espera que tendrá alguién muy querido para mí el día que decida traspasar el umbral entre aquí y allá. Es alguién porque así lo considero. Es mucho más que alguién, es parte íntegra de mi alma porque así lo he decidido cuando, con el transcurrir de los tiempos, el amor inquebrantable que me ha profesado desde que cupiera en la palma de mi mano se ha tornado en devoción y franca lealtad. Nadie podrá ocupar su lugar cuando haya partido y seguramente otro congénere de su especie sólo me traerá penosos recuerdos creando otra serie de vínculos distintos a los que, mi ahora amigo ha procurado, en cada mueca, en cada gruñido, en cada reclamación, procurarme. Cuando esas nubes plagadas de lluvia den de sí a la macilenta luz del día, permitiendo a la noche adueñarse de lo que resta del día, sentiré cómo si la luz que mana de él se hubiera ya extinguido.
Dia.

No es posible olvidar cada hecho que, concatenado, ha ido labrando una amistad más allá de lo que podría ser la de un humano con otro especimén vivo. Quien así lo haya probado, quien lo haya tenido desde siempre a su lado y siempre sepa que le recordará por mucho tiempo y vida que le quede por vivir sabrá que el día que le deje se tornará duro. Y todo ello porque habrá compartido una vida al completo. Porque aquella pelota blanca, de pelo irreverente y ojos cerrados, que gemía y apenas comía y te hacía preocupar que muriera de frío en el húmedo invierno de una casa desvencijada, salió adelante y, aunque en primer instancia lo habrías matado por destrozarte a bocados muebles y enseres, ahora matarías por perpetuar su vida al par de la tuya y no tener que enfrentarte al momento inevitable de su partida. Puede ser que todos recordemos aquel momento en que hubiéramos abierto al puerta para que se marchara a los confines del mundo, pero no es menos cierto que nos hubiéramos arrepentido al poco de verlo partir.

Porque es seguro que se hubiera marchado. Raudo, en busca de territorio sin marcar. Ignorante de peligros, hambre o necesidad. Sin equipaje y por supuesto sin despedirse. Pero también es seguro que a los pocos minutos el arrpentimiento se cebaría en nosotros, temeríamos la pérdida brutal del ser querido y tratando de poner remedio al entuerto saldríamos veloces, bajando a grandes zancadas y de dos en dos, los escalones que nos conducirían a su libertad, la que le dimos insconcientes de que el la tomaría sin pensar en las consecuencias. Y correríamos, y buscaríamos por parques, alamedas y avenidas. Y lo llamaríamos y lo imagínariamos con otros o con otras, pasando frío y hambre o sucumbiendo bajo el pesado tonelaje de un vehiculo industrial. Y nos plantaríamos en una esquina con el corazón encogido haciendo sonar una cadena que lo une inevitablemente a nosotros hasta verlo apegarse, amorosamente a nuestro lado.

Tarde.

Asi es cómo pasa el tiempo, a la mañana primorosa le sigue la tarde luminosa en que ese ser que ya nos habrá arruinado algún mueble a la alzada de su pata justiciera se habrá hecho imprescindible para nosotros. Que se le va a hacer, el tiempo crea el vínvulo y el vínculo el cariño y, determinadas acciones, carantoñas, movimientos o gestos se nos hacen del todo imprescindibles cuando, viéndolo progresar estimamos que sigue ahí, a nuestra espera y ensimismamiento. Es lo que tiene el cariño, que con sólo un gesto o una mirada, basta para hacer brillar la luz de la consciencia, la complicidad y el amor fraterno con un ser al que nunca podremos donar sangre, nunca veremos llorar ni veremos nunca pedir perdón o dedicarnos una sonrisa. Un ser que, sin embargo, se expresa por el arrumaco y la lamida que, de manera generosa y sin límites nos dará a la que menos nos esperemos, insistiendo una y otra vez en una desbordante entrega a cambio de un poco de juego, salidas regulares, comida y agua.

Cómo un afeitado de barba que depara otra barba nueva, él siempre renacerá en la confianza de sentirse amado, protegido y cuidado, hasta el punto de quitarnos el sueño que presente unas décimas de fiebre o simplemente padezca un afecto intestinal que lo obligue a vomitar lo ingerido en el día para después, malas trazas de especie, volverlo a ingerir en lo que para nosotros sería un asqueroso modo de proceder y para ellos sería un "adelante que son dos días". Y sin embargo lo seguiremos queriendo, recogeremos sus heces, lo lavaremos, peinaremos, sacaremos y achucharemos. Nunca será consciente de haber existido ni de haber estado en ésta tierra, pero para nosotros, cada mirada, cada lamida, cada atisbo de lo que podriamos interpretar cómo cariño será muestra y grabación a fuego en nuestra alma de la evolución de una vida que se agotará a más velocidad y con más intensidad de la que nunca pudiéramos tener en la nuestra.

Noche.

Así hasta el temido momento en que él, ser que sin ser humano nos haría matar al que osara ponerle la mano encima decida que es nuestro turno. Que ya no nos pedirá más agua ni nos traerá ningún juguete para que se lo arrojemos. Ese día, en que la noche habrá vencido inexorablemente al día de nuestro amigo, los motivos de duelo se habrán multiplicando pensando en el pesado proceder que implica el entregar parte de nuestro corazón a alguien que habrá pasado de manera tan fugaz por nuestra vida que los años se habrán tornado en pesados días que una vez trancurridos tendremos cómo recordatorio de que nunca lo disfrutamos, respetamos y quisimos bastante. El amor que el nos dará, perdurará seguramente más allá de la perdida de entidad corporal y su espera, eterna, nos avergonzará cuando pasado un tiempo tan sólo lo recordemos al ojear alguna foto o recordar algún episodio que nos dedicara cómo gracia, desgracia o vaya usted a saber. Mientras tanto, la noche se mojará de tormenta y nuestros sueños se arremolinaran en la creencia, y esto creo poder asegurarlo, de que él estará, eternemente, esperando.

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4 comentarios:

Edwin dijo...

Muy enternecedor de verdad, gracias por compartir el cuento.
Saludos Edwin

Unknown dijo...

Una reflexión sentida, querido Peinado, acerca de la relación de los humanos con nuestros perros, sábiamente comprimida en el tiempo de un día, porque nuestras queridas mascotas viven siete veces menos que nuestra esperanza de vida, con una entrega intensa; con una vivencia acelerada en el conocimiento de nosotros, sus amos, para dejarnos después de manera tórpida y sufrida o repentinamente, caídos en cualquier postura y con los ojos mirando al infinito... Ley de vida.
Un saludazo, Peinado.

Unknown dijo...

maskfighter23, una realidad que nos espera, ineludiblemente, a todos los que tenemos mascota.

Unknown dijo...

jano, malos momentos el que nos depara el momento de la partida. Si bien es que sólo son una etapa más de nuestra vida en forma de animalillo, no deja de ser duro perderlos, aunque, cómo un agujero con tierra se tapa, lo mismo habremos de sustituir uno por otro.

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