miércoles, 18 de mayo de 2011

Historia Militar. La Batalla de Cavite.

Situación de buques y desarrollo de la ofensiva
yanqui en la Bahía de Manila.
Que la Guerra Hispanoestadounidense de mil ochocientos noventa y ocho nos mando al cuerno el orgullo de ser español es más que evidente. Que no debería de haber sido así, tambien es cierto. Lo que no sé es porque pillamos tamaño berrinche que nos dura hasta ahora y estercoló todos esos espíritus que despues florecieron cómo ánimas independentistas que nos rondan a los españoles de bien cómo perpetuas almas en pena ávidas de chupar del Estado hasta el fin de los tiempos. España no se hundió, se perdieron vidas, haciendas, tropas y buques, pero aún estamos aquí. Orgullosos de lo que hicimos y éramos volvimos cantando y algunos incluso se atricheraron mucho tiempo después de terminada la guerra. Demostraron amar a su país contra viento y marea y aunque nuestra flota tenía una relativa capacidad ofensiva los yanquis acababan de fogearse unos años antes en su propia porqueria secesionista con lo que a parte de ganas de gresca venian con los deberes muy bien hechos.

Lo hicimos muy bien y en una de estas preferimos hundirnos a dejarnos vencer y así, nuestros héroes, entraron en la Historia. Una batalla que nos puso en la tierra y nos mostró que eramos ya un imperio obsoleto, grande en su tiempo pero desfasado para aquella nueva realidad que no media la velocidad porel trapo que equipara un buque sino por los caballos que desarrollaba el monstruo de vapor que portaban en su arrebujadas y sobreblindadastripas. En esa batalla perdimos toda la Flota de Filipinas y entramos en la Historia. Fue la Batalla de Cavite.

La Flota española tomando posición de combate.
El transfondo de la Guerra ya se conoce y para ampliarlo sólo tienen que acudir al blog Cuba Española donde encontraran mucha información sobre cómo se portó cada cual en cada momento. Por el lado de las tropas estacionadas en las Filipinas el desastre se cernió sobre la flota el uno de mayo de mil ochocientos noventa y ocho. Aquel día los marineros que las veían venir pintando barcos debían ir embarcando enconmendándose a ´Dios y a la Virgen. No por falta de fuerza sino por falta de capacidad. Barcos nuevos tripulados por tropa de reemplazo frente a un ejercito profesional con banderones con barras y estrellas, las mismas que iban a ver ellos a base de collejazos del calibre cincuenta.

Almirante Patricio Montojo y Pasarón.
El caso es que al final de todo la batalla no se perdió por carencia de fuerza sino por precipitación. Si el almirante Montojo no se hubiera hecho una idea precipitada sobre la capacidad de fuego norteamericana aún podría haberle dado la vuelta a la guerra. Las cosas pintaban bastos pero de todas maneras los españoles jugaban en casa. A mal venir con un poco de apoyo en tierra la flota se hubiera mantenido en linea. Perderla era lo único que variaba el ganra o perder las Filipinas. Por parte española jugaban en liza un crucero de primera clase, el Reina Cristina de 3520tn, un crucero no protegido de primera clase, el Castilla de 3342tn, dos cruceros de segunda clase, el Isla de Cuba y el Isla de Luzón de 1045tn, y el  Don Antonio Ulloa, el Don Juan de Austria y el Velasco, que no intervino en la contienda. Terminaba la nómina de Buques mayores el cañonero Marqués del Duero de 500tn. Hubo otros cañoneros menores que no intervinieron en la batalla y que se quedaron cómo reserva. Los buques españoles, cómo se reseñó antes no eran viejos pero su mantenimiento era precario. Eso lo sabian los que los veian desdeel muelle y aún más los que los tripulaban. Pero, ¿Qué mas da? si les iban a dar tortas hasta en el cielo de la boca, cómo estuviera el barco era lo de menos, lo verdaderamente importante es que no pillara demasiado lejos de tierra por si había que volver nadando. El equipo de casa estaba comandado por el Almirante Patricio Montojo y Pasarón, ahí lo llevas.

Comodoro George Dewey.
Por parte del equipo visitante lideraba el Comodoro George Dewey un gringo estirado que consciente del papel que los USA tendrían a partir de aquel momento en que machacaban al imperio que les había ayudado en gran medida de los hijos de la Gran Bretaña, nos venía a vacilar con sus buques nuevecitos, pulidos, limpitos y con cañones enormes y perfectamente funcionales. Venía oteando desde su buque insignia el Olimpia, un crucero protegido de primera clase y 5870tn que formaba escuadra con otros tres. El C-3 Baltimore de 4413tn, el C-8 Raleigh de 3640tn y el C-algo Boston de 3189tn. Completaban la ofensiva un cutter de 1280tn que no intervino y dos cañoneros el PG-2 Petrel de 892tn y el PG-3 Condord, éste último de patrulla y 1710tn. Una vez en liza, presentados, en línea y posición comenzó la batalla que, cómo suele pasar siempre a los estadounidenses tuvo más de suerte que de proeza pues de militares suelen tener poco y únicamente suelen contar con la ventaja de la capacidad tecnológica a la que dedican, cosa que les honra, gran cantidad de recursos.

La masacre inevitable.
A las dos horas de intenso cañoneo se puso sobre el tablero la situación de tablas con las que ambas flotas se encontraban. Contra la capacidad de fuego de los yanquis, los españoles descubrieron que sus buques, a pesar de la falta de mantenimiento, aguantaban cómo el español siempre ha aguantado al embite. Los únicos buques en serio peligro eran el Castilla y el Cristina pero ni aún así habían perdido capacidad de fuego. Los de Dewey contemplaban con estupor que a pesar de la hostilidad aquellos buques seguian resistiendo, disparaban con un par un no hacían amago de irse a pique. El resto de la flota aguantaba sin problemas con la movilidad de pequeños barcos y una capacidad de fuego afixiante para los que los americanos esperaban. El caracter español los ponía a prueba. Aprovechando una pequeña tregua para comer, pues ambas tripulaciones estaban extenuadas tras dos horas de toma y daca, Dewey valoró en serio la posibilidad de retirarse.

Una flota destinada a morir.
El recuento de munición arrojó el dato que esperaba. Había agotado casi la mitad del disponible y no había conseguido mandar ninguna de esas carracas a pique. Las rojigualdas ondeaban rajadas, rotas y quemadas con orgullo en los palos mayores y sin un punto cercano de aprovisionamiento, el americano veía que la cosa se ponía muy cuesta arriba. Poco antes de dar la orden de retirada la suerte se alió con él en forma de miedo atávico de Montojo. Su apreciación, supongo que al ver que los buques americanos tampoco presentaban mayores daños, fue que la batalla estaba perdida. Su acción debería haber sido causa de traición o deserción en un Consejo de Guerra, cómo así fue siendo juzgado y condenado y posteriormente retirado de la Fuerza Naval. Aunque en reiteradas veces habñia dado cuenta del mal estado de la flota eso no le excusaba de su deber, resistir hasta el último instante y noi lo que hizo.

Héroes que no pidieron serlo.
Montojo, dando por perdida la situaciñon ordenó la retirada de los cierres de los cañones que el mismo había hecho rellenar de metralla pesada para contrarrestrar la mayor capacidad de fuego del enemigo. Ordenó abrir los grifos de los buques e inundar las sentinas con el ánimo de enviar los buques a pique para queno pudieran ser aprovechados por el enemigo, cosa que no funcionó pues algo de tiempo más tarde los yanquis los reflotaron. Por último ordeno la retirada de la tripulación y preparar la capitulación. Ante tal concatenación de desmanes impropios de un oficial general español, Dewey sólo tuvo que dar la vuelta en suretirada, preparar armamento y comenzar a tirar al plato. Con acierto pleno. Así, Cavite caía, con el la Bahia de Manila y toda Filipinas. Asi se daban los pasos para liquidar todos los territorios de ultramar en el Pacífico, lo que incluian las Marianas y las Carolinas cedidas a posteriori del Tratado de Paris a Alemania.

Las conclusiones son breves y razonables. Es cierto que el ánimo de España era la liquidación, por parte de algunos próceres de la Nación, de los restos del imperio. las razones no son demasiado claras pero sobretodo pesaba la incapacidad para modernizar la fuerza y sobre todo la lejanía de las plazas a defender ante nuevos enemigos, cómo los Estados Unidos de América con mucha más fuerza y capacidad militar. No obstante, a pesar de ésto, la capacidad militar española, a nivel de resistencia era superior a la americana. Con una adecuada estrategia, se habrían podido, si no evitar si plantar cara algigante americano e incluso reconquistar plazas en florida y la costa este dando cuenta de que no sólo no estábamos acabados sino que conservabamos el ímpetu de los Tercios. Nada de ésto sucedio. El encadenamiento de circunstancias, órdenes y contraórdenes, incapacidad política (de que nos sonará eso), incapacidad social y económica jugó en nuestra contra. Nosotros no habíamos salido del siglo XIX y los yanquis ya estaban bien avanzados en el XX.


Cavite fuer una más de las derrotas que se nos infringió. Una humillación más del cúmulo que se conocería más tarde cómo Desastre del Noventa y ocho. Ese que aúnnos dura y del que tardaremos aún tiempo en escapar.

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