Foto de Internet. Botijos, botijetes... |
Aprovechando las escasas jornadas que el verano me deja sueltas ya que cuendo no escribo, dibujo y cuando no dibujo perreo en el chesslon, hoy decidí mojarme en la piscina municipal de un pueblo vecino al mío. Un pueblo pequeño, coqueto, colgado de los generosos riscos de Sierra Mágina. Plagado de esa historia de andar por casa que todos tenemos tan cerquita y que en el tiempo parece que fuera de siglos pasados. Obviando el calor, el almuerzo, la avispas y el polvo, la jornada ha sido envidiable, completa, harta en reposo, diversión y reflexión. Aún así lo que me ha llamado la atención y ha parido el presente post no ha sido nada relacionado con el baño estival, el cansacio que en consecuencia llevo encima o el café, más achicoria, con el que el restaurador de la piscina ha pretendido atentar contra mi vida.