El muelle.
Es
curioso la nostalgia y la melancolía que nos invaden, siquiera sea por
un momento, cuando un barco parte del muelle que visitamos, hacia el
horizonte. Puede ser que ese barco sólo vaya a faenar, o que vaya a
pasear a lo largo de la costa. Pero es posible también que ese barco
parta en busca de otro puerto lejano al que, una vez arrivado, haga su
base para nunca más retornar. El tacon de cuña, levemente apuntado le
hacía daño mientras caminaba, con el rostro cuasitapado por las gafas de
sol tipo ojo de abeja en pos de un mínimo vestigio del regreso de
aquella nave que, hace tanto tiempo ya, partiera con miles de promesas
que nunca jamás se cumplieron. Miles de horas había oteado el horizonte
en busca ,de una mínima esperanza que le permitiera recobrar la cordura,
su hacienda y el amor que partiera en pos de una vida mejor dejándola a
la espera eterna de un futuro que no terminaba de llegar. Ya no era
capaz de discernir las veces que había paseado aquellas dársenas
plagadas de veleros, barcas, yates y esquifes a la espera de una señal
que le hiciera sentirse viva de nuevo.
Y
así cómo cada día arribaba a aquella zona cuajada lo mismo de
esforzados pescadores que malvivían de un casi esquilmado caladero del
que extraían con esfuerzo su mínimo sustento, que lleno de lo más
granado de un público de alto poder adquisitivo, con coches de lujo y
miles de uros para gastar se daban cita cada noche en aquellos bares de
diseño que ahora ocupaban el espacio que antaño ocuparan los tinglados,
atarazanas y almacenes. Miles de euros que ella perdiera en la aventura
de un ser taimado que partiera prometiendo volver hace ya demasiadas
jornadas cómo para sentir pesadez u odio. Sólo sentía desazón. Saber que
había pasado. Cómo había malgastado su dinero, en que había invertido
el esfuerzo de tres generaciones de yba familia dedicada por y para el
mar. Ella había dado todo lo que su abuelo comprara, buques, tierras,
locales y casas por un sueño de riqueza que pudiera superar a todo lo
que su familia hubiera logrado durante mas de cincuenta años
consiguiendo, paradójicamente quedar prácticamente en la ruina.
La Capitanía.
Tantas
veces había hablado ya con el comandante de la capitanía general del
puerto que éste ya le evitaba en la medida de que la reclamación siempre
era la misma y la respuesta redundante. Nadie sabía en que había
invertido el ingente capital aquel hombre ni donde se había marchado con
él. Sólo se sabía que un día retiró un montante generoso del banco y se
hizo a la mar. En principio para pescar en el caladero sur. Según las
malas lenguas, para labores de contrabando de no se sabía que sustancias
ni que zonas. El hecho tácito es que a ella le había insitido, cómo una
de las más poderosas ponderadas de aquella zona del litoral cuan
ventajoso podría ser un negocio, completamente legal, que requeriría de
un fuerte desembolso y del cual el sería garante con su propio honor.
Ella, que en tiempos estuvo enamorada de aquel rufián, el cual a su vez
había mantenido siempre excelentes tratos con su padre, no desconfió.
Aquellos tratos con su progenitor habían sido del todo rentables y nunca
desconfió de él.
Venderlo
todo, quedándose apenas con lo puesto, con la casa familiar, una huerta
y una barca en estado calamitoso que apenas servía para dar paseos los
días de calma total desde el puerto pesquero hasta la dársena del faro,
no es tarea sencilla. Máxime en una época de clara recesión cómo la que
ocupaba el momento en que tan fantástico negocio se dió a conocer de
manos de una sonrisa perfecta, una piel morena y curtida y una voz
conmovedora que, meciendo las palabras con la misma cadencia que las
olas golpean el espigón en una mañana clara de primavera. Aún así, las
propiedades de su familia eran ansiadas por otras familias del pueblo y
no tuvo problema en venderlas a buen precio. Un precio demasido caro al
ver cómo los días se cuajaban en noches y éstas se metamorfoseaban en
días sin más noticia que las débiles embarcaciones que volvían con la
noticia de que no había noticia. Así, aquella tarde, cómo tantas otras,
sus tacones, desgastados de tanto recorrer el empedrado de la dársena le
reconducian de nuevo a su casa con la misma incertidumbre de tantas
otras jornadas.
Espigón.
El
verano quedó atrás y el otoño, desangelado y frío se dió a conocer
cambiando las luminosas y claras jornadas gobernadas por un cielo azul
por tardes lluviosas cuajadas de nubes plomizas. Ella no cejó en su
empeño de ir, cada tarde, cada jornada, al puerto. El Bucaneer no había
regresado a cuatro meses de su salida. Nadie habría sabido nada de él
sino fuera porque el segundo oficial había sido detenido pasando tabaco
de contrabando. Decenas de cajas. Todo por un chivatazo de la guardia
costera. Todo había quedado en un fiasco mayúsculo en el cual ella
perdía sus ahorros y se convertía en cómplice necesario de las fechorías
de aquel hombre. Cuatro meses de incertidumbre que terminaban con la
ruina de su vida, de su patrimonio, del de toda su familia. Su padre
había confiado en ese hombre, nunca le había fallado, ella lo había
hecho y había escapado escaldada. Nunca hay que fiarse de quien no te
mira a los ojos al hablar. El sol se ponía mientras ella, esposada,
subía al coche de la autoridad. Y todo por querer agrandar el patrimonio
de su familia, o su ego personal.
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4 comentarios:
Querido Peinado: Un relato con ritmo narrativo e imágenes literarias interesantes y evocativas de un mar y una cultura, en el contexto de una historia triste pero real. Una delicia que nos has regalado...
Un gran saludo.
Una bonita historia y el contexto en su justo lugar, sobre todo para los que amamos el mar y navegamos por el.
Jano, tu si que me regalas, con cada comentario un motivo para seguir escribiendo. Y es que creo que en tí voy ganando un lector fiel y entregado...
DORAMAS, me alegro que te guste. No conocía tu faceta marinera, si bien, en el conocimiento, nunca es tarde di la dicha es buena.
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