martes, 23 de octubre de 2012

Relatos. Mare Nostrum.

El día decae con estrépito. Larga jornada de verano cuajada de la brisa salobre y húmeda de un mar revuelto en el brío de los días iniciales del Estío. El sol, cansado de soltarse sobre la tierra calcinada de la que es monarca y soberano supremo sin lugar a dudas desciende sobre la difusa línea del horizonte mientras miriadas de gaviotas saludan al ocaso con la misma fuerza que las miles de olas se rompen contra las escuetas rocas que, interpérritas, desde hace miles de años, cumplen su función rompiéndolas y acusando un leve y continuo desgaste contra la ira de Neptuno. Día largo, eterno casi en que el calor sofocante de la orilla choca en increible contraste con el frío húmedo y trascendental de un mar cuajado de trascendental y silencioso misticismo. La vida que se debate entre el frío agua y la cálida tierra. Día cuajado de sensaciones, tan ávidas y fuertes cómo las rachas de un viento que apenas había comenzado a amainar cuando, tomando las chanclas en la mano, decidió encastrarse el sombrero de paja y volver al Hotel, sin poder terminar de enjugarse las lágrimas.


El muelle.

Es curioso la nostalgia y la melancolía que nos invaden, siquiera sea por un momento, cuando un barco parte del muelle que visitamos, hacia el horizonte. Puede ser que ese barco sólo vaya a faenar, o que vaya a pasear a lo largo de la costa. Pero es posible también que ese barco parta en busca de otro puerto lejano al que, una vez arrivado, haga su base para nunca más retornar. El tacon de cuña, levemente apuntado le hacía daño mientras caminaba, con el rostro cuasitapado por las gafas de sol tipo ojo de abeja en pos de un mínimo vestigio del regreso de aquella nave que, hace tanto tiempo ya, partiera con miles de promesas que nunca jamás se cumplieron. Miles de horas había oteado el horizonte en busca ,de una mínima esperanza que le permitiera recobrar la cordura, su hacienda y el amor que partiera en pos de una vida mejor dejándola a la espera eterna de un futuro que no terminaba de llegar. Ya no era capaz de discernir las veces que había paseado aquellas dársenas plagadas de veleros, barcas, yates y esquifes a la espera de una señal que le hiciera sentirse viva de nuevo.

Y así cómo cada día arribaba a aquella zona cuajada lo mismo de esforzados pescadores que malvivían de un casi esquilmado caladero del que extraían con esfuerzo su mínimo sustento, que lleno de lo más granado de un público de alto poder adquisitivo, con coches de lujo y miles de uros para gastar se daban cita cada noche en aquellos bares de diseño que ahora ocupaban el espacio que antaño ocuparan los tinglados, atarazanas y almacenes. Miles de euros que ella perdiera en la aventura de un ser taimado que partiera prometiendo volver hace ya demasiadas jornadas cómo para sentir pesadez u odio. Sólo sentía desazón. Saber que había pasado. Cómo había malgastado su dinero, en que había invertido el esfuerzo de tres generaciones de yba familia dedicada por y para el mar. Ella había dado todo lo que su abuelo comprara, buques, tierras, locales y casas por un sueño de riqueza que pudiera superar a todo lo que su familia hubiera logrado durante mas de cincuenta años consiguiendo, paradójicamente quedar prácticamente en la ruina.

La Capitanía.

Tantas veces había hablado ya con el comandante de la capitanía general del puerto que éste ya le evitaba en la medida de que la reclamación siempre era la misma y la respuesta redundante. Nadie sabía en que había invertido el ingente capital aquel hombre ni donde se había marchado con él. Sólo se sabía que un día retiró un montante generoso del banco y se hizo a la mar. En principio para pescar en el caladero sur. Según las malas lenguas, para labores de contrabando de no se sabía que sustancias ni que zonas. El hecho tácito es que a ella le había insitido, cómo una de las más poderosas ponderadas de aquella zona del litoral cuan ventajoso podría ser un negocio, completamente legal, que requeriría de un fuerte desembolso y del cual el sería garante con su propio honor. Ella, que en tiempos estuvo enamorada de aquel rufián, el cual a su vez había mantenido siempre excelentes tratos con su padre, no desconfió. Aquellos tratos con su progenitor habían sido del todo rentables y nunca desconfió de él.

Venderlo todo, quedándose apenas con lo puesto, con la casa familiar, una huerta y una barca en estado calamitoso que apenas servía para dar paseos los días de calma total desde el puerto pesquero hasta la dársena del faro, no es tarea sencilla. Máxime en una época de clara recesión cómo la que ocupaba el momento en que tan fantástico negocio se dió a conocer de manos de una sonrisa perfecta, una piel morena y curtida y una voz conmovedora que, meciendo las palabras con la misma cadencia que las olas golpean el espigón en una mañana clara de primavera. Aún así, las propiedades de su familia eran ansiadas por otras familias del pueblo y no tuvo problema en venderlas a buen precio. Un precio demasido caro al ver cómo los días se cuajaban en noches y éstas se metamorfoseaban en días sin más noticia que las débiles embarcaciones que volvían con la noticia de que no había noticia. Así, aquella tarde, cómo tantas otras, sus tacones, desgastados de tanto recorrer el empedrado de la dársena le reconducian de nuevo a su casa con la misma incertidumbre de tantas otras jornadas.

Espigón.

El verano quedó atrás y el otoño, desangelado y frío se dió a conocer cambiando las luminosas y claras jornadas gobernadas por un cielo azul por tardes lluviosas cuajadas de nubes plomizas. Ella no cejó en su empeño de ir, cada tarde, cada jornada, al puerto. El Bucaneer no había regresado a cuatro meses de su salida. Nadie habría sabido nada de él sino fuera porque el segundo oficial había sido detenido pasando tabaco de contrabando. Decenas de cajas. Todo por un chivatazo de la guardia costera. Todo había quedado en un fiasco mayúsculo en el cual ella perdía sus ahorros y se convertía en cómplice necesario de las fechorías de aquel hombre. Cuatro meses de incertidumbre que terminaban con la ruina de su vida, de su patrimonio, del de toda su familia. Su padre había confiado en ese hombre, nunca le había fallado, ella lo había hecho y había escapado escaldada. Nunca hay que fiarse de quien no te mira a los ojos al hablar. El sol se ponía mientras ella, esposada, subía al coche de la autoridad. Y todo por querer agrandar el patrimonio de su familia, o su ego personal.


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4 comentarios:

Unknown dijo...

Querido Peinado: Un relato con ritmo narrativo e imágenes literarias interesantes y evocativas de un mar y una cultura, en el contexto de una historia triste pero real. Una delicia que nos has regalado...
Un gran saludo.

Doramas dijo...

Una bonita historia y el contexto en su justo lugar, sobre todo para los que amamos el mar y navegamos por el.

Unknown dijo...

Jano, tu si que me regalas, con cada comentario un motivo para seguir escribiendo. Y es que creo que en tí voy ganando un lector fiel y entregado...

Unknown dijo...

DORAMAS, me alegro que te guste. No conocía tu faceta marinera, si bien, en el conocimiento, nunca es tarde di la dicha es buena.

Darle Caña a ésto: