martes, 7 de agosto de 2012

Relato. La Torre de Macuas.

El bardo se sentó con pesadez en la piedra que a cien metros escasos flanqueaba el costado de la antigua torre gótica que, de milagro, se mantenía aún en píe. La misma torre que flanqueaba el vetusto puente que, salvando el enorme Río Negro, había adoptado el nombre de Macuas, el sabio vigilante que soportó la humillación de morir y permitir el acceso de los ejércitos de la Gran Teratriz en los dominios, siempre en perpetuo y fronterizo conflicto con el Imperio Babelio. El bardo, penitente de la orden de los Olvidados, recordaba cada uno de los detalles de aquella fatídica noche en que las poderosas huestes de Amidia la Negra, Teratriz por la gracia de sus propios y corruptos valedores, consiguió forzar en una prueba tan estúpida cómo inesperada la fuerza de los promisarios, accediendo, tras la toma de Adebú, que había supuesto un golpe mortal a la moral de las tropas del Instituto, al llano de la Añima, preludio cuajado de árboles de oleol, principal joya vegetal de la Promesa y pasillo hacía Eruse, la capital.

El Preludio.

La Torre, negra del tiempo que la cuajaba, pertenecía de nuevo a la Promesa. Gracías al milagro del Profeta se habían restituido las fronteras a los límites anteriores a la masacre de Macuas apenas veinteaños antes. En ella el pendón con el Guilión ondeaba orgulloso con una tenue brisa de poniente que presagiaba nuevos y oscuros tiempos, tras el fuego sagrado de la primera Gehenna. El bardo afinó su vieja y trabajada bandurría y sonrío con su desgastada dentadura a los zagales, sucios y pícaros que, cómo el hierro a la energía mística se acercaban a cualquier cosa q pudiera prestarles un mínimo de distracción. La batalla de la Torre  de Piedra, llamada desde entonces de Macuas, no había sido una batalla puramente, fue una triste prueba en que la Promesa perdió al viejo guardián y sólo por la intervención milagrosa del Profeta evitó perder el reducido territorio, rico en oleol y parco en tierras, cada vez más bajo presión de tropas babelias, Hazzidins, que al poco cambiarían su fidelidad y sobre todo las sorpresas que la Teratriz guardaba, con su arte de arpía astuta, bajo la manga.

Adebú, último bastión de importancia ante los desfiladeros de Alrozaz, había caido estrepitósamente ante el grueso del ejército de la Ira, cuarta división de Babelia. El general promisario Arzazán pensó que era mejor concentrar tropas en Azzea, a escasos tres kilómetros de Adebú. El camino hacía la Torre de Piedra era más fácil de defender desde la plaza de la Torre Esférica. Todo contra la lógica del deán Saphiro que argumentaba que los babelios tomarían la plaza de la ruta negra antes de irse hacía Macuas,  cómo preludio al ataque sobre el Castillo de Aleuris, último bastión antes de penetrar en los desfiladeros hacía el pantano tenebroso, del que se decía se podría extraer gran cantidad de energía mistica. Arzazán contestó que Alrozaz era fácilmente defendible cortando el paso en los bajíos de Cerradón, hundiendo la pasarela de madera que únia ambas márgenes del río. Eso era estrategia básica que sabrían los babelios, por lo que no perderían el tiempo en intentar tomar Adebú. Más al contrario acometerían Azzea, pues no serían tan idiotas de dejar la guarnición de poniente a sus espaldas.

La guerra de Macuas.

El grueso de la cuarta división babelia había masacrado Adebú, había exterminado el cuerpo de ejército del capitán Serendías que pudo huir vestido de mujer hacía Alrozaz, mientras la población civil era pasada a cuchillo, lanza y empalamiento. Cuando Arzazán quiso reaccionar las tropas babelias habían superado Azzea y bajaban a todo meter hacía la Torre de Piedra. Habían dejado atrás la guarnición de poniente a la que cercaban con maquinaria pesada de guerra desde los llanos de la muralla y la cuesta del Embó. La reacción era imposible. Habían quedado cercados en una ratonera, no podían salir pues serían masacrados al disponer únicamente de infantería ligera. Arzazán, recriminado por Saphiro se arrojó por las almenas de levante ante la indignidad de perder el bastión de Levante. Su puesto lo asumió el recién ascendido general Rogelius, padre de Nirvana, aquella que viste de rojo y defiende por encima de su condición. Sólo restaba esperar la llegada del Ejército de Eruse, al que se enviaban desesperados mensajes por heliógrafo mientras la noche caía inmisericorde.

Por su parte, la Teratriz azuzaba a sus tropas a fin de cruzar el Río Negro y entrar en la tierra que humillara a la fundadora de la dinastía mil años antes. La Torre de Piedra era la última piedra en el camino y no podría aguantar eternamente. Sería fácil. Eso pensaba tres días antes, pues el ascenso en pendiente del puente permitía al guardían, Severo de Macuas defender facilmente con una compañia de ballesteros el paso por el Río. Pero los ballesteros acusaban el cansancio y las acometidas de los babelios no cejaban. El ejército de Eruse se veía retrasado por las razzias de los Hazzidins, que habían penetrado por los Vados del Caido. Mientras Rogelius intentaba organizar la defensa y salir a campo abierto sin sacrificar la posición y Macuas, cómo defensor y responsable máximo de la posición no podría sacrificar más de lo que tenia a su disposición. Situación desesperada que no se podría mantener eternamente. La teratriz tenía tiempo y efectivos, sólo tendría que masacrar Azzea y después volver su maquinaria de guerra hacía su posición. Lo inevitable estaba a escasos días u horas.

La muerte de Macuas.

Rogelius lo vió claro. Los babelios no deseaban sino evitar que el ejército de poniente obrara en su contra. No tenían intención de gastar municiones en contra de Azzea en previsión de lo que pudieran encontrar en el Llano. Sólo querían tenerlos bloqueados y de tal modos e lo comunicaron por heliógrafo a Macuas. Del mismo modo, las noticias desde el frente occidental no eran mejores. El ejército de Eruse apenas había llegado a la encrucijada de la Torre Llana. A casi dos días de camino. Imposible de aguantar con apenas ochenta ballesteros sin apenas munición y con embites continuos a través del puente. Solicitó refuerzos a Rogelius, pero éste comunicó que para salir debería dejar la plaza desguarnecida. Un emisario de la teratriz le ofreció la rendición con el respeto de las vidas de los defensores. Aceptar suponía la muerte y sólo se le ocurrió proponer un reto en la sapiencia de que la reina babelia era una persona de mejor jugar y peor perder. Desde la base del puente, promovió, se lanzaría un bolo con el objetivo de alcanzar la parte más alta posible.

Si ganaba Macuas, reputado lanzador, la reina se comprometería a echar atrás en su acometida. Si ganaban los babelios, respetarían la vida delos defensores y éstos le flanquearían el paso hacía Eruse. Cómo fuera, ganara o perdiera, garantizaba a la desesperada la vida de sus hombres que podrían vivir un día más para combatir y morir en otra ocasión. Curiosamente y contra pronóstico, la reina aceptó y a la caida de la noche Macuas lanzó el bolo, consiguiendo una nada desdeñable marca, ascendiendo la esfera por la antigua calzada hasta casi tocar la escalinata de acceso a la Torre. Mas de cien metros. No le dió tiempo a volver la cabeza para ver a su contendiente. Aquella, arrancada de cuajo, ascendía veloz por la calzada superando con creces  la escalinata. La teratriz sonreia macabra mientras el hummutans, un ser medio humano medio animal dejaba descansar el hacha con el que el defensor de la Torre había otorgado la victoria a la reina babelia, franqueado el acceso al Llano e iniciado la campaña de Eruse.

La Torre de Macuas.

El bardo acabó su narración con los ojos llenos de lágrimas, cómo cada vez que recordaba aquel hecho que daría paso a tres meses de campaña brutal en la que cientos de cuerpos babelios y promisarios sirvieron de abono a los árboles de oleol. La Torre volvería a marcar el límite entre la cuesta en poder de los babelios y el llano en poder de los promisarios. En lo alto, Azzea, la hermana de la Promesa enfrentada a Adebú, hermana en poder de los babelios. El bardo de incorporó y tras conseguir algunas monedas del silencioso público se encaminó hacía el puente, flanqueado por su torre de antiquísimo gótico, tan antiguo que nadie, en aquella época podría fechar y cruzó el límite entre dos facciones tan antagónicas cómo el día y la noche. Nadie, ni la guarnición, ni el populacho osó detenerle. El pertenecía a la hermandad de la orden de los Olvidados. De los que tenían franco el paso porque no olvidaban, porque su sagrado deber era recordar todo lo que, cómo la Torre de Macuas constituía la Historia de la Tierra Baldía...

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