Hemoglobina.
Nunca,
nadie, se había preocupado de saber nada más de Manuel que no fuera su
relación laboral. Su actitud evasiva, su vida totalmente rutinaria y su
mirada perdida no incitaban en nada a iniciar una conversación ni tan
siquiera a proferirle un buenos días que nunca encontraba contestación.
Sus ojos oscuros e inquietantes invitaban a dar media vuelta apenas lo
avistabas y, por supuesto, lo peor que te podía suceder es cruzártelo en
un pasillo en penumbra a las tantas de la mañana. Nadie le conocía lo
suficiente y los más viejos de la plantilla siempre lo recordaban igual.
Cetrino, de piel semitransparente surcada de una miriada eterna de
venas azuladas en constante ebullición. Su apagado semblante bullía
extrañamente de una vida cuasieterna que parecía renovarse cada día
cuando, llegando al trabajo, fichaba, adquiriendo una vida inusitada y
repentina que hacía brillar sus ojos y en cierto modo mostrar una
sonrisa, si podía llamarse así a la mueca extraña que mostraba en ese
instante.
Cómo
todo lo que no comprendemos, las tesituras extrañas incitan a la
imaginación y ello a las más pecaminosas y retorcidas interpretaciones
de lo que es o puede ser una persona. Algunos, de forma maliciosa lo
habían empezado a llamar el vampiro. Otros de manera aún más escabrosa
decian que sentía fascinación por la sangre porque se alimentaba de
ella, cosa que quedaba descartada en los frecuentes controles de plasma
que la administración hacía a fin de programar las campañas de
extracción. No había quien aseguraba, por voz de alguién que había
escuchado a alguién, que Manuel, muy vinculado a personas sin
escrúpulos, vendia sangre humana cambiándola por ingentes cantidades de
plasma tratado de origen porcino. Toda una serie de sinsentidos y
maledicencias que quedaban descartados por los controles necesarios y
rutinarios del Hospital que, sin embargo, no podían explicar la alta
tasa de mejora de algunos enfermos transfundidos con el plasma tratado
por Manuel.
Plasma.
Era un secreto a voces que si
el Hospital no había prescindido de una persona a la postre tan
siniestra, era porque en el fondo algo tenia que, de todos los
operadores de plasma, era el que más grado de recuperación con menos
plasma utilizado conseguía en pacientes. Nadie conseguía explicarselo,
pero su alto grado de sanaciones le hacía a la administración
repalntearse su traslado a pesar de la desazón que producía en un
personal que, acobardado, se negaba abiertamente a establecer contacto o
compartir guardia con él. Requerido por el director del Hospital a
éstos respectos, el sólo se limitaba a encojerse de hombros y preguntar
si había hecho mal a alguién o molestado a algún compañero. Manuel era
posteriormente dejado en paz hasta el siguiente requerimiento. No tenía
ningún borrón en su expediente. Nadie sabía de donde venía. Nadíe sabía
quien era. Sólo que llegaba andando cada día al Hospital desde una
pequeña casita situada a pocos metros del cementerio local, lo cual no
hacía sino acrecentar las dudas sobre tan siniestro ser.
Por
contra, el Hospital seguía registrando, cómo siempre, el récord de
sanaciones. Nadie conseguía explicárlo, pero tras las cirugias en las
que tenía intervención la sangre tratada por Manuel, el número de
defunciones era nulo. Tanta expectación levantaba ese hecho que empezó a
extrañar, abriéndose una investigación. Manuel llevaba toda la vida en
el Hospital y las sanaciones habían sido múltiples y extensivas. Eso
causaba preocupación en un entorno donde las peregrinaciones,
derivaciones y acumulación de personas en busca del milagro fácil, se
hacía cada vez más intensa y amenazaba con quebrar definitivamente la
estabilidad de un centro hospitalario de provincias, escaso de personal y
de equipación tanto material cómo económica. Todo ellos hacía a todos
sospechar aún más hasta la mañana en que el fatal accidente lo mató.
Nada del otro mundo, o quizás sí. Una bocanada de aíre en una
desafortunada mañana de otoño. La herrumbre de una cruz palomera mal
cuidada y un corazón a juego. Todo lo demás era historia.
Vida y Muerte.
Manuel
falleció sin más en un pequeño ambulatorio a medio camino entre su casa
y el hospital. Curiosamente al fallecer, su cuerpo adquirió cierta
tonalidad rosada y su cara cierta tez de paz que no había demostrado
nunca en su trayectoria cómo trabajador en la que una mueca de amargura
había sido, a juicio del director del hospital, única persona que acudió
a reconocer el cadáver, la tónica dominante. Pocos días despues de su
fallecimiento y sepultura, en un nicho sobre el que se proyectaba la
sombra de la cruz homicida reinstalada en su posición original, las
sanaciones comenzarón a dejar de producirse. El Hospital vió cómo poco a
poco ese récord mantenido desde que misteriosamente apareciera manuel
se dejaban de producir. Lo único que la policía encontró en su casita,
fue agujas hipodérmicas usadas y bolsas de sangre que, seguramente
sacaba del hospital para luego reintegrar. Los analisis revelaron algo
extraño, la sangre de las jeringuillas eran tanto de donaciones externas
cómo de Manuel. La Sangre era la vida, el que quiera entender, que
entienda.
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2 comentarios:
Dar,la propia sangre, es una de las cosas más intimas y preciosas del ser humano.
Aunque el procedimiento del relato es un poco irregular, pero es un gran giro final para la historia.
FugisaludoS
El Fugitivo, me alegro que te haya gustado. Es un poco elevar el noble arte de donar sangre a la altura de miras que se necesita para hacer el bien onesta, libre y generosamente.
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