Foto Propia. |
La resolución.
Los
primeros días de la nueva vida móvil le habías supuesto un enorme
sacrificio. Una cruel tortura en la que sus ciento cincuenta kilos le
habían hecho pagar, a churretazos de sudor, cada intento de que su
pierna derecha acompañara, en ordenado y cíclico movimiento a su pierna
izquierda. Al final había podido superar el flato, la desidia, el
cansancio, la falta de aire y el soponcio y ponerse en relativo moviento
en la que sus moyas, cargadas de grasa acumulada habían visto cómo ésta
se podía transportar también sin necesidad de utilizar una camilla
reforzada. No era algo que él deseara. No era algo que le gustara. Sólo
lo hacía por miedo. Miedo a morir y extinguirse. Quería superarse así
mismo, ganarle algo de tiempo a la muerte y disfrutar un poco más de
vida para seguir hacíendo lo que más le gustaba en el mundo, llevar una
vida sedentaria. Algo desfasado para una sociedad que valora el esfuerzo
sobre el placer de sentarse a ver la televisión cómo supremo cometido
en la vida.
Además,
lo tenía bien ganado. La vida no le había dado un cuerpo ni capacidades
para el deporte. pero sí una magnífica cabeza con la que había dedicado
mucho tiempo y esfuerzo a hacerse un nombre de broker renombrado. Un
corredor que se había granjeado simpatías y enemigos, odios y amistades
en la misma proporción para hacerse con las mejores cuentas y obtener
los mejores resultados aún viviendo en un pueblo de la remota Serranía
oriental al sur de un país tan golpeado por la crisis cómo menoscabado a
nivel económico. Quizás eso hubiera influido también en su amor por el
sedentarismo. Tantas horas machacado delante de un ordenador, tanto
tiempo sin moverse más que para renovar provisiones en forma de
perritos, frutos secos, pizza y cualquier otra cosa que no tuviera el
menor rastro de algo sano. El primer amago le dió cuando estaba a punto
de ganar su tercer millón de Euros. El segundo al retirarse de su
actividad, dos meses antes y con treinta y dos años.
La puesta en marcha.
En
un mes había valorado sustancialmente su ritmo de vida, había comido
más forraje del que hubiera imginado nunca y la plancha se había
convertido en su mejor aliado en sustitución de la freidora eléctrica.
Su mundo informatizado y cerrado se había transformado en un amplio
mundo cuajado de alamedas y parques. Había descubierto el aire en el
rostro y que las piernas servían para algo más que para sostener en
precario equilibrio su orondo cuerpo cuajado de grasas e inmovilidad. Se
felicitaba en parte, pues nunca había realizado tantísimo esfuerzo y en
cierto modo deseaba parar y volver a sus videojuegos y televisión. A su
ordenador y su vida a oscuras, con el aire acondicionado a todo meter
en verano y la calefacción a tope en invierno. Era su sueño, no tener
que interaccionar con nadie que no estuviara al otro lado de un cable de
fibra óptica y vivir cien mil años sin tener que preocuparse de salir
para nada. De vivir sin vivir enclaustrado por voluntad propia.
Eran
unas reflexiones atroces, lo sabía, que lo embargaban y rodeaban cómo
una amante etérea que no lo dejaba respirar más allá de la apertura que
unos recien esforzados pulmones que no habían conocido más esfuerzo que
el de aspirar con fuerza los litros y litros de refresco que a lo largo
de su corta pero intensa y esforzada carrera cómo broker había consumido
en la oscuridad de su propia habitación. Éstas reflexiones lo
embargaban miestras ascendia por la empinada escalinata que a través de
seiscientos sesenta y seis escalones lo llevaban al Torreón del Oriente.
Una pequeña atalaya sobre una roca en forma de cabeza de demonio que
según todas las habladurías de los pueblos cercanos había sido
construido cómo el cierre a una de las bocas del Infierno. Él que se
había educado en los principios de la Ciencia, le parecía sólo un
objetivo a alcanzar en ascenso, porque los temas de la inmortalidad se
le escapaban con cada amago.
Sedentarismo eterno.
La
subida había sido infernal, cómo infernal había sido el número de
peldaños a conquistar y su corazón pugnaba por salirse de su pecho dando
fuertes bombeadas, faltándole el aire y sintiéndose totalmente
agobiado. No así su ego, increiblemente contento por haber alcanzado la
cota elevada sobre la campiña circundante. Aquel punto que sólo hacía
dos meses no habría soñado siquiera en intentar mirar. Ahora se
encontraba dentro de un pequeño bastión de piedra compuesto de una única
habitación, fresca y con piedras puntiagudas que representaban alguna
suerte de rostro desgastado por el tiempo. Nunca nadie de quien se había
decidido a subir, había bajado le habían dicho los pobladores a los
píes del risco. El se había reido con ganas. Supercherías, se sentó
sobre una enorme losa en el suelo. Una laja de piedra de respetables
proporciones sobre la que derramó su enorme humanidad cómo premio a un
ascenso tan precario cómo duro.
Reposó
sintiéndose bien. Es más, se sintió, por primera vez en muchos años
pletórico. Sintió cómo su espalda se pegaba a la vetusta pared anclada
en los siglos y vió cómo los rostros desgastados de las piedras
salientes adquirian cierta vida, cómo pequeños duendes que se reian con
suavidad. Sintió una infinita placided mientras empezaba a dejar de
sentir la espalda, cómo si fuera un único cuerpo de esa pared en la que
se apoyaba. Sus brazos adquirieron la pesadez placentera de una roca y
su frente se fue secando mientras la somnolencia se adueñaba de él. Miró
con los ojos entrecerrados a través del ventanal desde el que el
Oriente permitía al astro Rey asomar cada día. Su cuerpo parecía irse
difuminando poco a poco en una entrega total al recinto. Sólo era una
cabeza sin cuerpo cuando pudo por fin adquirir conciencia de que el
Torreón del Oriente se había adueñado de el absorviéndolo y
convirtiéndolo en una más de aquellas piedras sonrientes. Su sueño se
cumplia otorgándole, sin problemas, el sedentarismo eterno.
Si deseas comunicarte conmigo, agregar algo a éste artículo, exponer tu opinión en privado o sugerirme temas sobre los que hablar no dudes en ponerte en contacto conmigo a través de churre_s_peinado@hotmail.com. Gracias.
16 comentarios:
Bonito relato y muy bien contado.
Existen más personas similares a la del protagonista tuyo que lo que se puede imaginar.
Conozco cientos de personas que no son capaces de caminar más de doscientos metros por vaguedad y al final porque el físico no les permite.
Interesante, breve y ameno relato, amigo Peinado, con un toque de esoterismo y realidad vigente y triste: la de muchas personas que triunfan profesionalmente pero no saben qué hacer con sus vidas ni con el dinero ganado; adictos a una pantalla de plasma y ajenos sus propias vivencias posibles pero no realizadas.
Has sido pelín cruel con tu personaje al no darle la menor oportunidad de redención.
Un saludo, amigo Peinado.
Me ha gustado. Y la foto más, muy buena.
Pues...me ha gustado mucho pero me corroe la duda si te has inspirado en la vieja Europa o solo ha sido una condena, sin más, a la pasividad.
O nada de eso, pero claro, una cada vez está más viciada a buscarle tres pies al gato.
Después de leerte, ya mismo me pongo a hacer ejercicios. Cariños.
Cualquiera no hacer ahora mismo propósito de dieta y más ejercicio. Otra cosa que que luego se lleven a cabo.
Muy interesante; sin duda has sido capaz de captar la metodologia interna del personaje de una forma muy regular y propia. Eso sin duda es lo que hace más real al protagonista.
Me ha encantado
bss
Coño, me has retratado, con una infinita exactitud, aunque en algunas cosas te acercas.
Tomo nota.
Javier, mi relato trata sobre la superación y la recaida. Y de cómo esa recaida nos puede llevar más allá de lo que inicialmente deseábamos. Hay que tener cuidado con lo que se desea.
Jano, ya permití redimirse al Espectro de mi anterior relato. En cierto modo a éste lo redime su ansia por el sedentarismo. Un sedentarismo eterno en compañia de otros tantos que, cómo él, decidieron acoger el descanso eterno aún a costa de la propia vida.
Leona, la tomé el mismo día por la noche que tomé las del Castillo de Otiñar. Un ojo en mitad de un cúmulo de nubes. Me parecio curioso y aterrador.
Candela, es una alegoría de la sociedad, más preocupada en el confort al menor precio que en esforzarse por continuar avanzando en la vida... Luego se nos quejan de que nos comen los chinos...
Norma, ten cuidado y no te esfuerces en demasía, no vayamos a tener un disgusto. Cuídate.
El Último, son muchos los propósitos que nos hacemos, pero sólo cuando verdaderamente le vemos las orejas al lobo intentamos ponerle remedio... Aunque para ese instante, quizás ya sea demasiado tarde.
Waru, gracias por tus palabras, espero poder seguir creando personajes que cautiven a las que con tanto cariño me visitan.
DORAMAS, hay que moverse un poquito. Además, con la belleza de isla en la que vives, no mover el cuerpo, paseando por sus paisajes es simplemente un desperdicio.
Publicar un comentario