martes, 26 de febrero de 2013

El arte de dividir.

Las dos españas. - Dándose garrotazos desde tiempos inmemoriales hasta la actualidad.
Foto de Internet. Está desfasado, de Dos hemos pasado a Cien Españas.
Adolece lo hispano de una serie de taras históricas que no por más arraigadas son menos indeseables. Podriamos citar al aldeismo que sacude a los pueblos hispánicos y que sólo puede combatirse, por mucho que quieran verlo de otro modo nuestros gobernantes, con la fuerza. El aldeismo tiene a separar y por la fuerza se debe de unir so pena de, por una minoría irrisoria pero con gran fuerza, causar daños irreparables al resto que constituyen, desgraciadamente, la mayoría. También podríamos citar al cainismo. La lucha fraticida por el cual queremos siempre ponernos por encima de los demás sin pensar nunca el porqué estamos por debajo y mejorar de motu propio para subir, en lugar de perjudicar a los demás para hacerlos bajar. Es una de las causas de nuestro tradicional retraso y analfabetismo endémico, no sólo en España sino en todos los paises que tivimos la dicha de tocar. El hispano es envidioso y en consecuencia miserable, en lugar de mejorar, siempre pretenderá hacer empeorar a los demás. 


La carencia de base.

Pero si en algo nos caracterizamos es en nuestro gusto extático por la falta de democracia y libertad. Llegados a ese punto son legión los que se escandalizaran aduciendo que hay de ambas cosas desde hace casi cuatro décadas en nuestro país y en la mayoría de los paises iberoaméricanos. Yo digo que, reflejando nuestra estadía democrática con la de paises de mucha más arraigada tradición parlamentaria cómo Reino Unido o Estados Unidos, estamos imbuidos en la más penosa de las dictaduras. La de nuestra propia e irrisoria ignorancia. Una democracia se supone que es el gobierno del pueblo. En nuestros totalitarios regímenes tenemos la dicha de elegir dictadores a varios niveles pero del gobierno popular no hay ni la sombra. Ahí están las miles de iniciativas populares deshechadas directamente por el Parlamento. Ellos suponen que saben más que nadie para rechazarlas mientras que los demás pensamos que, los que para nada sirven, son ellos mismos.

El caso es que seguimos siendo el mismo pueblo mediocre que éramos al principio del siglo XIX cuando nos vendían el constitucionalismo cómo el mal para todos los remedios de la patria. Antes de la Constitución de mil ochocientos doce, éramos un país poderoso, cuyo ejército temian nuestros enemigos, teníamos un imperio que se desgajó precisamente por esa Constitución y éramos siervos, sí, pero no mucho más diferentes que ahora. Después del Constitucionalismo a la española, emepzamos a conocer la gran lacra de la politicástria. Nos igualaron en papel mientras nos diferenciaban en la realidad. Empezamos a perder territorios en nombre de una libertad que nunca existió y el progreso de España fue en base a lo que nos dejaban avanzar los demás, según soplaran unos u otros vientos en la Europa profunda. Ni educación, ni sanidad, ni industria. Sólo constitucionalismo vacuo que aliementaba una nueva clase social dispuesta a sodomizar a la clase baja, una más. 

Reinicio.

Así pues, en contra de lo que aseveraba Mariasno en el Debate sobre el Estado de la Nación, la solución pasa por recentralizar. No hay otra opción ante el impulso centrípeto que las regiones perífericas adoptan en un cada vez más claro y contundente ataque al la unidad del Estado. El hecho es que el bipartidismo que tan bien funciona en Estados Unidos está agotado en España porque al no haber listas abiertas, el ciudadano no ve claro votar a un tipo que, para nada, está mirando por el bien de su provincia o comunidad. La regeneración politicástrica de España no reside cómo, erróneamente plantean los grandes partidos, en activar un Tribunal de Cuentas que mire por los casos de corrupción, en claro cachondeo en la misma cara del votante, sino en cambiar sistema electoral, abolir feudos nazimbéciles, igualar a todas las regiones de España en derechos y obligaciones y redistribuir el sistema económico, social y jurídico para que un español sea, siempre, igual a otro. 

Pero cómo ya nos ha enseñado la Historia de forma patética en más de una ocasión, politicastros incapaces y pueblo analfabeto en una cultura democrática juegan en contra de los intereses de los segundos mientras que apuntalan los intereses de los primeros. Máxime cuando la situación en nuestro país o en cualquier estado hispánico se polariza en función de izquierdas, que maximizan de forma evidente la estafa al pueblo y derechas que se afanan en dejar de parecer conservadoras para aparecer, una y otra vez, cómo una opción acomplejada, llena de indecisión y que no se sabe si mira por el bien del país o por su hundimiento en función del aire que sople en cada momento.  Por ello la confrontanción está tan polarizada y las mentalidades tan pervertidas que, por mucho tiempo que pase seguiremos viendo a una u otra opción cómo salvadora de una situación echada a perder hace años y que no se arreglará por sñi misma a base de, cómo hacemos ahora, ignorarla. 

División conjunta.

Nos seguimos engañando si seguimos creyendo en un sistema que se resquebraja por momentos atado a la lucha de entidades que ya no miran por nosotros sino por sus propios intereses a nivel económico y de relaciones internacionales. La globalización nos ha mostrado que no sólo dependemos de nosotros mismos sino de multitud de variante en las que cada uno dependemos del resto del Mundo para seguir adelante. España se ha quedado retrasada, el proteccionismo, la intervención estatal y las medidas erróneas y a destiempo han implicado un desfase del que no podemos rehacernos con instituciones obsoletas, un régimen electoral más propio del caciquismo que de un estado moderno y por supuesto de un sistema constitucional al que nadie hace caso, con un poder judicial plenamente politizado e inútil, un parlamento cuya representación sólo sirve para hacer la hornada al Ejecutivo y un poder Ejecutivo que sólo haga lo que haga porque a él le parezca más. Dividir es un arte y, en España, lo hacemos divinamente.

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8 comentarios:

Lin Fernández dijo...

De esas diviciones sacan beneficios los de siempre,y es que no aprenderemos nunca,un saludazo,

Unknown dijo...

Hubo en tiempos de Carlos III, el único Borbón serio y responsable habido, un intento por parte de los Ilustrados españoles como Floridablanca, Campomanes, Ensenada y un montón de marinos y militares brillantes, de reformar el país para industriaalizarlo y repoblar las zonas más pobres de Extremadura y Castilla.

Pero fracasó todo con los sucesores malditos como Calos IV y Fernando VII.
Y no ha habido forma de volver a retomar el tema porque lo que se ha instalado en España desde Isabel II es el CACIQUISMO. Y en eso estamos bajo disfraces variados.

Edwin dijo...

Siempre me ha interesado mucho los ensayos sobre la sociologia y en este caso me ha sorprendido la vehemente autocritica sobre el caracter de los españoles.

Personalmente respeto mucho a la creatividad del pueblo español y su tenacidad de reinventarse. Al mismo tiempo creo que la constitucion basado sobre el bipartidismo funciona solamente en paises con influencia anglo-sajona.

Un saludazo
Edwin

F dijo...

Respecto a los males endémicos que mencionas al principio, es curioso como ciertos sectores del nacionalismo critican esos males, considerándolos ajenos, propios de los españoles (que no de ellos), y algo despreciable de lo que es recomendable alejarse. ¡Como si siendo independientes fuesen a librarse de ser españoles!

Unknown dijo...

Agustin, la impronta humana habilita a la especie a aprender, pero parece que incluso eso, en este país, se va atrofiando.

Unknown dijo...

Javier, así es cómo yo lo veo. Un país de caciques en los que los nobles dejaron paso a los políticos. Si antes había señoritos con posesiones que abarcaban casi una provincia, ahora los hay que abarcan toda una comunidad y que nos tienen, cómo hace doscientos años, a los píes de los caballos.

Es sí, no faltan los que les siguen aplaudiendo con las orejas.

Unknown dijo...

maskfighter23 tienes razón en todo a excepción de una cosa. La reinvención es algo que escasea en los últimos años. Si antes de la democracia en la Autarquía, los años del hambre que siguieron a la Guerra Civil que aún parece ser que no hemos superado podíamos sobrevivir con bastante inventiva, ahora no podemos hacerlo por la simple razón de que nos golpeamos una y otra vez con la misma realidad, la de nuestro atrofiamiento mental absoluto.

Unknown dijo...

Alex, es la maldición del español, maldecir su país cuando está en él y no poder pasar sin él cuando está lejos. De ahí que la paradoja esté siempre presente en la vida del sufrido españolito de a pie.

Darle Caña a ésto: