Foto de Internet. Botijos, botijetes... |
Aprovechando las escasas jornadas que el verano me deja sueltas ya que cuendo no escribo, dibujo y cuando no dibujo perreo en el chesslon, hoy decidí mojarme en la piscina municipal de un pueblo vecino al mío. Un pueblo pequeño, coqueto, colgado de los generosos riscos de Sierra Mágina. Plagado de esa historia de andar por casa que todos tenemos tan cerquita y que en el tiempo parece que fuera de siglos pasados. Obviando el calor, el almuerzo, la avispas y el polvo, la jornada ha sido envidiable, completa, harta en reposo, diversión y reflexión. Aún así lo que me ha llamado la atención y ha parido el presente post no ha sido nada relacionado con el baño estival, el cansacio que en consecuencia llevo encima o el café, más achicoria, con el que el restaurador de la piscina ha pretendido atentar contra mi vida.
Usos y Costumbres.
A la salida de la piscina, acometiendo el regreso por la angosta carretera plagada de curvas y de baches y franqueadas de casas con tantas capas de cal que a la primer habría que hacerle la prueba del Carbono Catorce para comprobar su antigüedad, no he tenido por menos que ver a esos ancianos, llenos de esa historia rural, de esa sabiduría ancestral, alegría de años, manos encallecidas y gesto adusto y sereno, reposar, ya a las cuatro de la calle ora en sillas desvencijadas, ora en hamacas del baratillo, mientras se dedicaban a las típicas labores, más propias ya de museos de artes y constumbres, que de personas aún vivas aunque en muchos casos olvidadas. Esparteros, zapateros o conversadores, contadores de cuentos o simplemente memoria viva de un país que se desangra a todos los niveles y que ha hecho el pisotear su historia su sello de identidad.
Caemos en una espiral de olvido que no nos permite ver más allá de la última contienda fraticida y obvía que España es, fue y será mucho más. Damos por sentado que lo sabemos todos y que andando de manos de las nuevas y exquisitas tecnologías lo tenemos todo hecho sin pensar siquiera que cada vez que tecleamos en un móvil para hablar con la vecina, matamos un poquito más ese espíritu integramente español que nos ha convertido en un país abierto, rico en constumbres y que no ha demonizado nunca, hasta ahora el hecho, de que ser así, apegado a la tradición, y que sea nuestra auntentica forma de ser. Viendo a esos ancianos, últimos exponentes de un pasado que no existe apenas, que no queremos recordar he sentido el estremecimiento de aquel que sabe que el Pueblo que olvida su pasado, está irremediablemente condenado a repetirlo.
Así que...
No seré yo quien se postule en profeta de un tiempo que no deberíamos olvidar pero que tenemos ampliamente superado. No seré más que aquel que propugne que el olvido no es la solución. No debemos enfocar nuestra sociedad en el mantenimiento sistemático de unos usos y costumbres en menosprecio al progreso porque sería síntoma de suicidio. Si deberíamos no obstante incorporar dichos usas y costumbres y no permitir en modo alguno su desaparición a nuestro normal discurrir cómo sociedad. Se que no es fácil ni coherente pero destinar fondos a ello, cuando se dedican cientos de millones a proyectos de desarrollo en el extranjero que, simplemente, no sirven para una mierda, quizás ayudaría que la conciencia de esa generación a punto de extinguirse permanezca haciéndonos constar lo que ha costado llevar a éste país donde esta y no dejando que nos volvamos a matar por un allá quítame esas pajas. Creo que sería el mejor homenaje que nos podríamos hacer.
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6 comentarios:
Esos aldeanos ancianos de los que hablas son la esencia del país en tanto en cuanto que saben, por experiencia vital, todo lo que los actuales jóvenes no saben, ni mirando el Google, nada del país en cuanto a Historia reciente.
Y especialmente a usos y costumbres que daban prioridad a una educación urbana que ya ni los profesores de Universidad practican.
La vida se hace viviendo, con ella crece la experiencia. Hermosa imagen, amo la cerámica. Saludos y abrazos.
Un buen homenaje de tu post,a esos nobles campesinos de la tierra de Jaen,un saludo,
Javier, la pérdida de los Usos y Costumbres es la pérdida del Ser, no de ese que nos dicen que tenemos dentro sino del ancestral, del histórico y el tradicional. Perder la virtud de trabajar con la cabeza y las manos en beneficio de máquinas y procesos informatizados no nos hace más listos, sino más retrasados.
Norma, no tiene sentido crear la vida para después olvidarla. Eso mismo es lo que hace gran parte de Occidente con sus tradiciones.
Agustín, nobles campesinos los hay en todas partes y su sabiduría se perderá poco a poco y sin remedio.
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