Lo suyo... a palo limpio. Que no puen huir. |
No ha mucho tiempo estaba fijado, por tradición, que la recolección comenzara el día de la Purísima Concepción. El día ocho de diciembre era el fijado para comenzar a robarle el olivo su preciado fruto con el objetivo de extraer su zumo dorado en las almazaras. En las inmediaciones de esos días comenzaba el trajín de apañar los lienzos, comprar las varas que, cómo todo en éste mundo aumentaban su precio y resolver problemas burocráticos para que cuando la Guardia Civil te pillara dando palos en mitad del campo pudieras demostrar que esas olivas eran tuyas y que no estabas robando aceituna. Hoy, ésto se va saltando cada vez más a la torera. Con el conque de obtener mejores zumos, aumentar su calidad y disminuir su acidez, hay quien, el Día de los Santos, a la sazón uno de noviembre, cambia la tradicional visita al camposanto por el muy jiennense deporte del aporreo masivo de olivar. De momento son los menos, pero cáda vez más, por el efecto llamada, está opción se va popularizando en todos los tajos. Una insensatez que, sin embargo, cada año obtiene más adeptos.
Las consecuencias son las esperadas. Sí, se obtienen mejores aceites, de baja acidez y una éxplendida calidad, a costa de sacrificar rendimiento. No hay que ser muy del campo para saber que la Naturaleza tiene su ciclo y que la maduración óptima se obtiene a mediados de diciembre. Por tanto y sin temor a equivocarnos podemos decir que el fruto está más verde en noviembre que los campos de cereal en primavera. Y Cosas del mercado, se paga a razón del rendimiento obtenido, por lo que si de una aceituna sacas un ocho por ciento de aceite, vas a ganar menos que si le sacas un treinta. Claro, entre que le ganas poco porque la has cogido verde, la cooperativa te da sus buenos clavazos económicos por los más pintorescos conceptos cómo que hay que lavar la aceituna y que después, a lo largo del año, te gastas un pastón en mantenimiento a base de material y jornales, luego resulta que no te rinde. Eso sí, no pensamos nada más que en terminar cuanto antes, para lo cual empezamos cada año con más antelación. Que si no da tiempo a cogerla, que si viene lloviendo, que si tal, que si cual. Memeces. El hombre de campo se queja de los precios y de que estamos matando al olivar. ¿Qué es empezar en noviembre?¿Salvarlo?¿Con rendimientos mínimos? Luego nos juntamos todos los amiguetes con nuestros tractorcejos en mitad de la capital y vamos exigiendo al gobierno de turno que salve una situación que hemos torcido nosotros. Normal y jaenero cien por cien.
Pero bueno. Esto es una pequeña introducción al tema que, verdaderamente quería acometer y es el de la famosa canción de Jarcha. Andaluces de Jaén, aceituneros altivos. Aceituneros que huelen a sudor y aceituna, que se desviven en días fríos y en pendientes imposibles donde el olivar fue alzado más por mano divina que por mano de hombre. Tambien los hay que la cogen en llano, pero ¿No es bonito ver cómo cual espeleologo te enganchas de un arnés para coger ese olivo plantado en una pared con el único objetivo de aumentar el pecunio de su propietario via subvenciones de la Unión Europea? Aceituneros rudos y ávidos de dinerito que ven cómo el día se les va en el trabajo, que amanecen con el hato y se oscurecen en el abrigo de la leña de los cortijos y la perspectiva de terminar, cuanto antes, la campaña. Después Dios dirá, que si el paro, que si la fresa o el sablazo al familiar de turno.
Y es que Jaés es Jaén principalmente en la época de la recolección del olivar. Cuando las almazaras trabajan a todo trapo. Cuando colas inmensas de tractores, de todoterrenos con remolque o, los menos, coches utilitarios cargados de sacos se amontonan en colas para dejar caer el negro fruto del que manará el dorado zumo de oliva. Bueno, negro a partir de diciembre, verde, cómo de mesa, si no se respetan los periodos de maduración. Es una época de frenesí campesino en que las fábricas trabajan veinticuatro horas al día, siete días por semana y el mayor temor es la lluvia, la nieve, o que te cierren la fábrica antes de terminar de recolectar.
Jaén se llena de gentes de todas partes de España y de algunos simpapeles que, tal y cómo está el patio ven muy mermadas sus aspiraciones a un trabajo del que, por otro lado no saben ni un pimiento. Dicen que el olivo es muy agradecido y que de cada parte de amor que le dediques el te devuelve cinco de producción. Pero si dejas a un profano que te lo machaque y que, al mismo tiempo que te recolecta te vaya podando a base de romper aldares y brotes, al año siguientes vas a recojer bien poco, por mucho abono que le quieras después echar. Vamos que si en vez de coger y peinar el aldar lo machacas cómo si fuera el cráneo de tu cuñado dí conmigo que al año que viene esa támara se puede considerar finiquitada y en recesión.
Y es que la recolección se ha desvirtuado. Mucha maquinaria, mucho necesitado que aún cree que la vara o los mantones vienen con manual de instrucciones y sobre todo mucho relojero que no tiene prisa para engancharse a la hora de empezar pero está frito por soltar a la hora de terminar. Se ha desvirtuado ese trasegar de familias que acudian a sus olivares, que los cogían y los cuidaban con amor y que, quizás más por razones sentimentales que productiva,s trabajaban en el olivo sin mirar lo que ganaban sino lo verde y grande que se ponía el plantón. Bueno eso y que no faltara el aceite para todo el año. Hoy es todo química. Se ha perdido el estiercol en favor de los abonos sintéticos. Se han aumentado el uso de fitosanitarios contra las malas hierbas, insectos o cualquier pretendida amenaza contra el olivo, cuando antiguamente este producía lo mismo sin tanta gaita. Eso sí, se van envenando acuíferos subterraneos, se contamina la tierra y nos quejamos de que nos salen muy caros justo cuando somos nosotros mismos quienes vamos mermando la producción. Menos mal que, merced al peñazo que nos dan las administraciones vía asociaciones agrarias, cáda vez se le va dando más auge al olivar ecológico. O dicho en plata, el sistema productivo de toda la vida. Mierda de ganado, arar cada dos años y espurgar las ramas que estorben sin quitar ni añadir más de lo necesario.
Ah, Jaén, Jaén. En tiempo de recolección huele a orujo, a leña. Unas humaredas intensas que cubren nuestros pueblos y ciudades y que te da la sensación de que llevas sin ducharte años. Porque hagas lo que hagas por todos lados huele a humo de orujera. Nuestras cerreteras se llenan de tractores pisando huevos que más parecen que lo hacen adrede en vez de demostrar que es que van con esa lentitud porque, simplemente no desarrollan más caballaje. Nadie concibe que un bicho que puede correr a sesenta kilómetros por hora y desarrolla doscientos caballos de potencia, baje de repente a veinte en un tramo con linea continua y después, misteriosamente, acelere en zonas de linea discontinua. Eso sí que te fastidia. Luego, cuando consigues adelantarlo y ves la carita de satisfacción de su chófer te preguntas si verdaderamente no debería su madre haber abortado cuando estuvo a tiempo.
Es tiempo de madrugones, de llenarse de barro y de inspecciones que, mas parecen leyendas urbanas que veraces verdades. Todo el mundo ha oido hablar de un tipo al que le llegó la inspeccion y por tener dos tipos sin dar de alta en la Seguridad Social le han cascado nueve mil euros de multa. Cuando te interesas por el tema nadie conoce al tipo en cuestión y la historia la conoce de oídas. Pues bien, el día menos pensado será verdad y nos pasará cómo en el cuento de Pedro y el Lobo, nos vendra el inspector con sus dos beneméritos y nos podra los concejales a la altura de la glotis. Eso sí, siempre nos quedará Jaén y su época de recolección aunque cada año sea menos romantico y pretenda parecerse más a una industria que, por la misma definición del cultivo, no existirá jamás.
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